Por Luciano Eutimio Armas Morales.

El día primero de enero de 1968 cayó en lunes y según algunos místicos y astrólogos, ese día comenzaba la era de Acuario, que duraría 2.160 años, y se caracterizaría por un cambio en la conciencia de la humanidad, mejorando el espíritu de hermandad, la justicia, la libertad y el amor a la naturaleza.

Eso decían.

La noticia de primera página de muchos periódicos del primer día del año era la crítica situación de la guerra de Vietnam, que desembocó en la ofensiva del Tet y la toma de la embajada de Estados Unidos en Saigón por parte de guerrilleros del Vietcong el 28 de enero. Un hecho humillante para los americanos, que fue el comienzo de su derrota.

Pero 1968, fue un año muy singular que marcó toda una época y una generación, y que resultó convulso y agitado social y políticamente. Fue el año de la primavera de Praga. De movimientos y protestas estudiantiles en casi todas las universidades del mundo, desde Ciudad del Cabo a Madrid, desde Tokyo a Berkeley, en California, desde Berlín a Sidney, y claro está, París, el mayo francés, referente de todas las grandes batallas, en reivindicación de una educación más democrática y participativa, liberación sexual e igualdad de derechos para las mujeres, libertad individual frente a los autoritarismos, y reducir desigualdades sociales.

Ese mismo año, recuerdo que leí “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, que había sido publicado por primera vez el año anterior en Buenos Aires. El escritor colombiano y universal, que fue posteriormente premiado con el Nobel de literatura y considerado máximo exponente de lo que llamaron realismo mágico de la literatura hispanoamericana.

De la novela de García Márquez, lo mas que me impactó, fue el relato que hace de como los trabajadores de los campos de plátanos, que vivían en unas condiciones muy miserables, un día se declaran en huelga y se concentran en una gran manifestación en la plaza central del pueblo, a la que se sumaron mujeres y niños.

Pero los militares habían dado la orden de abortar esa huelga y de dar un castigo ejemplar a los huelguistas. Fue entonces, cuando desde lo alto de los edificios que rodeaban la plaza, comenzaron a disparar con ametralladores sobre la multitud que se congregaba en el centro del pueblo. 

Cuenta García Márquez en su novela, que “…  era como si las ametralladoras hubiesen estado cargadas de engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su tableteo y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni un suspiro entre la muchedumbre compacta, que parecía petrificada por la vulnerabilidad instantánea”.

Continúa el relato diciendo, que “… cargaron más de tres mil cadáveres en un tren lento, interminable y silencioso, que serpenteaba por entre los cultivos de plataneras y los llevaban hasta el mar”. Es un relato, claro está, pero basado en hechos reales, de una huelga de los bananeros de la United Fruit Company, que terminó con una feroz represión y algunos muertos, aunque no fueron miles ni los llevaron en un tren.

Fue también en 1968, concretamente el 2 de octubre, tal día como hoy, cuando se produjeron los trágicos sucesos de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, ciudad de México. Los estudiantes protestaban por la falta de democracia, la corrupción y el autoritarismo, en una sociedad insolidaria e injusta con los más desfavorecidos y los marginados, que eran gran parte de la población. En realidad, era la expresión en México, de la eclosión del movimiento estudiantil en todo el mundo. 

Pero México no era una democracia homologable como las de Francia o la Estados Unidos. En 1964, resultó elegido presidente Gustavo Díaz Ordaz, que gobernó el país teniendo a Luis Echeverría Álvarez como secretario de estado, que luego le sustituyó como presidente en 1970, y ambos trataron de impulsar un liberalismo en el terreno económico, al tiempo de una represión feroz de los movimientos sociales y estudiantiles.

El 12 de octubre de 1968 iban a dar comienzo las olimpiadas en México, y pretendían el presidente y el secretario de estado, que el país fuese como una balsa de aceite sin protestas ni manifestaciones, a los ojos de las expediciones que iban a llegar a México para las olimpiadas procedentes de todos los países del mundo.

Pero a pesar de que el presidente y su secretario de estado habían puesto en marcha la Operación Galeano para aniquilar personas y movimientos sociales en una verdadera guerra sucia con terrorismo de estado, los estudiantes se movilizaron en una gran manifestación en la Plaza de las Tres Culturas de la ciudad de México, congregando entre 60.000 y 80.000 personas.

De pronto, ametralladoras del ejército y de grupos para militares, comenzaron a disparar sobre la multitud de estudiantes que se concentraban en la plaza, que despavoridos corrían tratando de refugiarse en portales, o trataban de eludir las balas tirándose al suelo unos sobre de otros.

Al final de todo eso, una caravana siniestra de camiones cargados con cientos de cadáveres, salió de la plaza de Tlatelolco con rumbo desconocido. Las olimpiadas pudieron celebrarse sin incidentes, y la masacre trataron sistemáticamente de minimizarla, ocultarla y arrancarla de la memoria colectiva del pueblo mexicano.

Años más tarde, el agente de la CIA Philip Agge manifestó en una confidencia, que Gustavo Diaz Ordaz había sido un colaborador de los servicios secretos de la Central Intelligence Agency.  Y en el año 2.017, al desclasificar documentos de la agencia Norteamérica, se confirmó que efectivamente, Gustavo Diaz Ordaz había sido colaborador de la CIA con el nombre en clave de Litempo-23.

¡El presidente de México, era un agente de los servicios secretos norteamericanos!

En el año 2002, el ex presidente Luis Echeverría Álvarez, fue imputado por genocidio en el marco de una estrategia de terrorismo de estado, con ejecuciones extrajudiciales, centros clandestinos de detención y torturas, violaciones y otros delitos, por los que cumplió prisión domiciliaria durante dos años y cuatro meses. 

En aquel tiempo, resultaba escalofriante leer las informaciones, que, a pesar de filtros y censuras, relataban la siniestra caravana de camiones cargados de cadáveres de estudiantes, que aquel 2 de octubre de 1968 iban saliendo de la plaza de Tlatelolco con rumbo desconocido.

Y en aquellos momentos me vino a la memoria, el tren lento, interminable y silencioso, que cargado con los cadáveres de más de tres mil trabajadores, serpenteaba por entre cultivos de plataneras en dirección al mar, que tan magistralmente había relatado García Márquez en su novela. Pero con una diferencia sustancial: lo de Colombia fue una fantasía que salió de la prodigiosa y genial mente del escritor. Lo de México fue real.