Por Juan Jesús Ayala.

A la isla de San Borondón, nuestro recordado José. P. Machín, la llamaba la “isla sirena”, isla misteriosa y fantástica que a capricho emerge del mar y se vuelve a sumergir en él. Decía el entrañable escritor herreño que esta isla se ha burlado mucho de El Hierro apareciendo y escapándose de las miradas cuando estas ansiosas pretendían escudriñar horizontes y lejanías. Contaba don José que un día sí que pudo tenerla bajo el dominio de su vista. San Borondón estaba allí, como una isla esbelta y majestuosa situada al noroeste de El Hierro y a la izquierda de La Palma.

Relataba nuestro recordado amigo que eran cerca de las doce de la mañana y una vez que se había extasiado en su contemplación, ya las nubes comenzaron, nubes salidas de ella misma, “y entre esas nubes, lentamente desapareció, lo mismo que las sirenas en la espuma que forman con su cola de plata”.

Consideraba que bien pudiera ser la isla de San Borondon reflejo de la cordillera de los Andes, como si esta se anclara en el Mar de Las Calmas y apareciera allí en toda una esbeltez escurridiza que dejaba en el ánimo del que intentaba acogerla con la vista la frustración de un sueño deseado; y pudiera ser asíque la isla haya sido producto de la fabulación.

Fabulación que debe existir porque en unas islas como las nuestras, que están rodeadas de ciertos misterios y de malas historias, que una de ellas nos haga carantoñas, aunque sea en la imaginación, que una de ellas emerja y que lo haga con la elegancia huidiza de una sirena es hasta necesario para alimentar el deseo de una isla nueva.

Pero una isla que no se nos vaya, que no nos deje con la boca abierta, que se plante en medio del Atlántico y que sea la capitana, la guía para un mejor arrumbamiento de las otras.

Hoy San Borondón continua en la imaginación, en la fantasía del pensamiento mágico que cada cual tenemos de las islas. Pero cuando la historia camina y abre sus páginas en blanco para escribir nuevos relatos, puede que nos encontremos con capítulos que se están escribiendo que no son tan gratos y estimulantes, ya que El Hierro pudiera convertirse en otro San Borondón, pero no que nos cree entusiasmo y cautive su magia quizá impulsado por el ansia de sobrevivir y que sea una realidad viviente que puede cambie su rumbo de isla. No porque se quiera, no porque se añore, sino por la dinámica del mundo establecido que ha puesto a la isla en una nueva tesitura en su desarrollo que bien pudiera terminar como un mal sueño, o que, por el contrario, suelte amarras y navegue por el Atlántico, emergiendo o sumergiéndose según las corrientes que lleguen al Mar de las Calmas; que en ese momento ha dejado, precisamente de llamarse así; sino el de “los conflictos”.

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Quizás sean los políticos y las políticas que mal desarrollan las que obligan a la isla a doblegarse sobre sí misma para que con sus garfios geológicos no haya quien la mueva. Pero muchas veces son otros dispositivos no muy claros, dejados al aire, los que motivan que la vida de los pueblos, antes tranquila, sosegada y cargada de proyectos, se puedan diluir en un corto espacio de tiempo.

No lo digo por la avalancha de la pobre gente que arriba a la isla desde el Senegal para buscar una mejor esperanza de vida; no lo digo por los negreros que facilitan el negocio de su sucio compromiso con la esclavitud; no lo digo por los pactos internacionales que aunque se hayan reunido en la Alhambra no terminan de aprobarse dando la sensación que Europa es una entelequia hoy más evidente en el patio de los Arrayanes granadino.

Lo digo por la falta de previsión de los poderes públicos, que desde el cogollo europeo hasta el puerto de La Restinga han estado pendiente de otras cosas para ellos más importantes que estas minucias de la inmigración; y ahora cuando se   les viene encima una responsabilidad nueva, definida y patente, no saben qué hacer, que dispositivos poner en práctica, porque no los tienen, y, sobre todo, unos confían y descargan sus obligaciones en otros y en otros.

El cabildo herreño confía que el gobierno de Canarias ponga manos en el asunto; el gobierno de Canarias, que el gobierno de España se deje de tanto rollo de sí, se va a formar gobierno de esta o aquella forma y piense en resolver el problema de la inmigración en Canarias; y el gobierno de España, por su lado, pendiente del reglamento sobre inmigración que al fin no se aprobó por 2 de los 27. O sea, estamos como al principio. 

Todos pendientes no de sí, sino de otros, echando balones fuera sin que el peso de la inmigración no ceda, lo que si puede ocasionar que sea lo suficiente voluminoso para desatar los garfios geológicos de la isla y que navegue como una isla incierta, como si fuera una nueva San Borondón que si existe, que lo tenemos delante, que no está cubierta por las brumas de la magia sino arropada por la desidia de los importantes del mundo que ni saben donde está la isla de El Hierro por lo que, para empezar, sería conveniente se acercaran a ella para que entiendan de una vez que no estamos hablando de temas baladí sino de máxima importancia para una isla que se ha dejado de la mano.