Por Juan Jesús Ayala.

Andaba  ordenando papeles, viejos papeles, cuando tropecé nuevamente con un folleto de unas pocas páginas cuya portada en colores lleva el título ¡Qué  Cuentos...!, y con una fotografía que   trasportó mi  memoria  a un  tiempo pleno de añoranzas.

En el fondo el argumento que  se desarrolla es que  una vez que  se terminaba la faena en el campo y otras labores; así como la juventud de la época, se reunían para charlar  comentando las novedades del momento en determinados lugares de los distintos pueblos de la isla que por lo general eran  las plazas que funcionaban como “mentideros”.

Por tal motivo quisiera  comentar los que en ese tiempo que se hizo la fotografía estaban en unos de los sitios de reunión, sobre todo, la juventud de Valverde que era la Plaza del Virrey de Manila, más conocida por la Plaza del Cabildo.

Era uno de los bancos característicos el que se encontraba en una parte de la plaza desde donde se vislumbra la Iglesia  de la Concepción  y sobre la huerta de Gonzalo el zapatero, donde  era raro el día cuando se jugaba a la pelota no se cayera en su huerta   por lo que había que esperar el momento de despiste del bueno de Gonzalo para  ponerla de nuevo en juego.Pues bien, en ese banco y concretamente los domingos y días de fiesta,una vez  se terminaba la misa de las once, ya vestidos de “domingo” con chaqueta y corbata, que era la exigencia de esos días.

Algunos ya habían estrenado su traje y otros lo hacían  en el mismo día. Era característico el peinado hacia atrás que había que fijarlo con el “fijador” Lucky Strike, que muchas veces se elaboraba  en la casa de cada cual; se nos ponían de largo los pantalones y ya podíamos decir que una vez que se nos bajaban “las velas”  nos sentíamos capaces  de las mejores aventuras, como era irrumpir en los bailes  bien en el Casino como en la Aurora o desplazarnos en el coche del recordado Pedro Ávila, al Mocanal y alguna que otra vez  a Erese   o Guarazoca, donde las palmadas entusiasmadoras de don José El Lindo  contribuían a  animar el baile  mientras las bandurrias y guitarras desde las distintas tarimas donde estaban “los tocadores”  no se cansaban de tocar  isas y  folias; a la vez que se obligaba  a guardar un turno para entrar al baile; primero los solteros, luego los casados y más tarde los forasteros.

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Eran momentos emotivos porque se llevaba in mente  a quien se pretendía  sacar a bailar, pero si no estaban en  el sitio de  poder salir rápidamente te podías quedar colgado; pero no importaba lo necesario era que más de una vez  había que brindaren la cantinaa la pareja que habías elegido, eso sí,  siempre se acompañaba de su madre para degustar una copa de anís o un refresco de naranja o de limón.

Allí en aquel banco de la plaza se gestaban las “hazaña”previstas para esos días quecoincidíantambiéncon las tardes de fútbol donde fuimos héroes de nosotros mismos cuando se  jugaba en uno de los tres equipos: el Armiche, la Estrella  o el  Valverde.

Aquel banco de la plazaabierto al horizonte, despegado de los parterres de flores y de brezos fue un hito en la historia de Valverde, un mentidero más de los "muros" que así funcionaban, pero a diario y de los bares que acompañadosdel billar, la baraja, las damas y el ajedrez enriquecían la proyección de una juventud, la de Ramón Ayala, Vicente Plasencia, Juan Jesús Ayala, Domingo Pérez, Emiliano Cejas, Amadeo Ayala, Fernando Rivera y Manolo Trujillo que   contaban cuentos, y ¡! Qué Cuentos!..