Por Juan Jesús Ayala.

Víctor Jara fue un cantautor y director de teatro chileno, el cual es un referente internacional de la canción protesta, además, de ser un entusiasta luchador por la libertad, sobre todo, en su país, tras el asesinato del presidente Salvador Allende por el golpe de estado propiciado por el general Pinochet. Como militaba en el partido comunista, a las pocas horas de la insurrección militar   fue uno de los primeros detenidos por el gobierno golpista. Y tras ser torturado y brutalmente golpeado durante cuatro días, se le trasladó al antiguo Estadio chileno, donde fue asesinado tras descargar sobre su cuerpo más de treinta disparos de las metralletas militares.

Nos cantó “abre la muralla” que fue una alegoría del más marcado sentimiento universal donde se pregona que había que dejar atrás y romper la vieja muralla trayendo todas las manos, una muralla que vaya desde el monte hasta la playa; para el veneno y el puñal cerrar la muralla y al corazón del amigo, abrirla con nuevos materiales donde existiera la concordia y las políticas bien entendidas; una muralla nueva por donde pase el ruiseñor y la paloma de la paz.

Pues todo este mensaje de esperanza que nos legó Víctor Jara no se ha extinguido, sino aun retrotrayéndonos a su tiempo, en el año 1941, cuando el pensador universal y médico psiquiatra, Stefan Zweig al ser judío    tuvo que exilarse en Brasil por estar en la lista, y no precisamente la de Schindler, sino en otra más escabrosa no se cansó de decir en sus conferencias que Brasil por su mezcla de raza, de cultura y de religión debería de constituirse en el futuro más inmediato en el país de referente para una humanidad sin guetos y sin barreras de ningún tipo.

Vanos deseos porque enlazando una época con la otra y la siguiente y la siguiente.., se comprueba que las guerras continúan, las murallas se siguen levantando y se es incapaz de defender y asumir la humanidad como un “todo” con un significado pleno de vitalidad, de entusiasmo y de esperanza, sin que podamos olvidarnos, y ahí tendremos que darle la razón, una vez más, al filósofo Thomas Hobbes cuando sentencia que: “el hombre es un lobo para otro hombre”.

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Si en 1989  solo había  6 barreras que separaban determinados países, en la actualidad suman 63 en todo el mundo, de tal manera que se remarcan las barreras como una distopía que funciona como potente metáfora del miedo actual, hasta el de uno mismo, que atenaza a Occidente.

 Las barreras o muros más beligerantes los encontramos en Israel, en número de 6; el muro de la vergüenza que Marruecos construyó a lo largo del Sahara Occidental, de 2.700 kilómetros, rodeado de nueve millones de minas terrestres; el que separa las 2 Coreas: las vallas de Ceuta y Melilla, la de EEUU que separa de México, la del Sahel, entre otros.

Muros que no cesan, que han sido los paredones que no solo dificultan y secuestran la vida de una colectividad en su conjunto, sino que muchas veces, de manera sibilina, se presentan delante de nosotros como infranqueables que desde determinados poderes públicos se fabrican con todo el descaro del mundo sintiéndose poseedores no solo de vidas y haciendas sino, lo peor, como controladores del destino de los pueblos.