Por: Luciano Eutimio Armas Morales

El cinco de junio de 1968 por la mañana, Robert Kennedy, candidato a presidente de Estados Unidos, estaba en el hall del hotel Ambassador de Los Ángeles con su amigo y jefe de prensa Pierre Salinguer, coordinador de su campaña electoral.

Sabían ambos, que, si vencía ese día en las primarias de California, su carrera hacía la presidencia sería imparable, y en noviembre, con solo 42 años, podría convertirse en el presidente más joven de su país.

De pronto miró Robert Kennedy a través de la cristalera del hall del hotel, y vio a tres hombres que deambulaban por los jardines. Los había seguido con la mirada durante un poco de tiempo. Robert Kennedy los señaló con un gesto a su amigo Pierre Salinguer, y le dijo: “Estos tres hombres quieren matarme”.

Esos tres hombres eran David Sánchez Morales, a quien apodaban el indio por sus facciones, ya que era de procedencia mexicana; Gordon Campbell, cuyo nombre en realidad era Grayston Lynch; y George E. Joannides, que había sido funcionario de la embajada de Grecia en Estados Unidos.

Los tres hombres eran significados agentes de la CIA a los que Robert Kennedy había conocido en su etapa como fiscal general de Estados Unidos, y sabía concretamente que David Sánchez Morales había participado en la conspiración para asesinar a su hermando John F. Kennedy, aunque eso formaba parte de informaciones reservadas que no podría utilizar mientras no llegara a presidente.

Aquella noche, el halll y los salones del hotel Ambassador era un hervidero de periodistas y seguidores de Robert Kennedy, cuando se subió a un estrado desde el que proclamó su victoria en las primarias de California, que le colocaban en primera línea en la recta final a la presidencia.

“Cada vez que un hombre defiende un ideal, actúa para mejorar la suerte de otros, o lucha contra una injusticia, transmite una onda diminuta de esperanza”, dijo Robert Kennedy a sus seguidores que le aclamaban

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Bajó del estrado y caminaba entre la gente estrechando la mano de sus admiradores.

En un pasillo que conducía a la cocina, el palestino Shirhan Shirhan, le disparó a Robert Kennedy con una pistola Iver Johnson de ocho balas, de las que tres, quedaron en la recámara sin disparar. Pero por las grabaciones de sonido de los periodistas, la trayectoria de las balas y por la posición de los cinco heridos, se constató que se habían efectuado trece disparos.

La bala mortal que atravesó el cerebro de Kennedy, fue efectuada tras la oreja izquierda, y a una distancia estimada de entre 10 y 15 centímetros, es decir, por alguien que estaba a su lado. Los disparos de Shirhan se efectuaron de frente, y a una distancia estimada de cuatro pies, (Poco más de un metro).

Shirhan Shirjan fue condenado a cadena perpetua el 3 de marzo de 1969, como autor único del asesinato de Robert Kennedy. Actualmente, con 79 años, cumple condena en el establecimiento penitenciario Richard Donovan de San Diego. En una entrevista reciente decía a un periodista: “No sé cómo lo hice ni porqué. Estoy atormentado cada día y cada noche y hubiese dado mi vida porque Robert Kennedy no hubiese muerto”.

George E. Joannides, el agente de la CIA que Robert Kennedy había identificado en los jardines del hotel, era jefe de operaciones de guerra psicológica de la CIA, que trabajaba en el programa ultrasecreto MK Ultra, destinado a someter a individuos a control mental para poder planificar su conducta. Este programa, estaba bajo el control directo de Richard Helms, director de la CIA entre 1966 y 1973.

“Cada vez que un hombre defiende un ideal, transmite, una onda diminuta de esperanza”, había dicho Robert Kennedy en su discurso. Pero aquella noche del 5 de junio de a1968, mientras miles de jóvenes americanos morían en las junglas de Vietnam, alguien había ordenado matar la esperanza por un mundo mejor de toda una generación.

Las Palmas de G.C. 5 de junio de 2.023