Por Juan Jesús Ayala.

Si nos paramos en la evolución social y biológica de cada etapa de la vida, podíamos llegar a la conclusión que la más reconfortante y la quellena nuestras alforjas de recuerdos y nostalgia sea la niñez, y que corta se nos hace.

Sin embargo, lo ideal sería si fuésemos capaz de prolongarla  y revivirla conla candidez de entonces, con el entusiasmo de un nuevo juguete que encontramos en el zaguánel Día de Reyes; o con la primera corbata que nos anudamos en la camisa de muselinaque nos mandaron desde Las Palmas; como el juego del trompo que era fundamental la púa afilada para sacar las perras gordas de10 céntimos del gorón donde se encontraban apiladas: o cuando nos deleitamosleyendo el primer colorín del Guerrero del Antifaz, o de Juan Centella, de Roberto Alcazar y Pedrín, o los cuentos de Zarpa de León; los chistes de  Carpanta, que nos llenaba la niñez que despertaba amparada en la sombra  de la duda o la candidez de las  canciones que  cantaban muchos más afinados  que en realidad poco  se le hacía caso porque lo importante era la novedad.

Y la novedad que  imaginábamos y que se vivía era siempre parte de la certeza que no íbamos a encontrar ninguna trampa ni engañoy si fortuitamente ocurría, pasaba de largo porque no se creía en alguien que pudiera soportar la maldad yque nos la trasmitiera como la peor de las enfermedades infecciosas.

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Subrayando la mejor palabra como la esperanza, la espera quizás del mismo día, porque el futuro en la infancia no existía, aunque fueran cortos como en los inviernos largos; todo era nuevo, distinto cada hora que pasaba no se sentía en el diapasón del reloj del tiempo, donde el pensamiento era limpio sin dobleces yhabía que  olvidar, ni recordar, todo venía   adosado a la vivencia de unas horas sin retorno, fijas, agrandadas. Alejadas cuando en la madurez se llega a pensar que  se está acabando con el hombre, dejándolo desnudo casi en esqueleto, máquina sin  apenas cerebro, autómata de gestos aprendidos en la imitación, repetidor de imágenes huecas de las cajas sin sonido  como presagiando que   apenas le queda un  montón de  artificios que sostienen el engranaje de una personalidad en encrucijada,  apenas ya como un tornillo a punto de girar fuera de su rosca, dispuesto a dar la última vuelta para caerse en el vacío.

En la niñez no existe el vacío, domina la plenitud y alborozo, aun en la escasez, todo era abundancia, todo era resplandor aún en las tardes embrumadas, todo era diáfano y cercano a pesar de los horizontes cerrados, pero inacabados;sin apenas comenzar, todo era conclusión sin llegar a saber que sueño nos espera en las noches que se dormía como troncos donde el sueño se hacía único, irrepetible: que cuando llegáramos a ser mayores pudiésemos ampliar el tiempo de la niñez y si fuera posible, la nobleza, hastacierta ingenuidad no nos abandonara.