Por Juan Jesús Ayala.

Se habla, se debate sobre la cultura y más concretamente la canaria con cierta frecuencia, y no muy acertadamente, porque lo que define a los pueblos es precisamente la cultura que forma parte de la estructura sociopolítico-antropológica donde se encuentra, asimismo, la identidad.

Hay que tener bien claro que entendemos por cultura aquel concepto que incluye conocimientos, creencias, arte, leyes, moral, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por las personas en cuanto son miembros de una sociedad.

Y en ese amplio mar de la cultura navegan un sin fin de pueblos, con los remos de sus rituales y simbologías que los definen. Dentro del cuerpo de la cultura lo que hace funcionar y le da pálpito es la simbología, entendiendo por símbolo cualquier tipo de objeto, acto o acontecimiento que pueda servir para vehicular ideas o significados. La simbología puede considerarse como la esencia del pensamiento humano.

Una vez que se determina el marco y el espacio antropológico de la cultura acentuando la simbología, se tendría que buscar el camino de la diferencia.

Y no para sentirnos mejores ni peores, ni más ni menos capacitados unos de los otros, simplemente para entendernos, para definirnos y para saber que es lo que circula por la mente de aquellos que comparten una misma cultura.

Pero la cultura como sustrato intelectual tiene sus detractores que generalmente le llegan de afuera violentando situaciones, marcando nuevos ritmos y dejando en el camino una vez que penetran los jirones de unos símbolos que se usurpan y que se tergiversan y cuando no se difuminan en el tiempo histórico de los pueblos.

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Por la senda de la aculturización muchos pueblos han desaparecido, han dejado de ser y cuando ha pasado algún tiempo quieren recrearse sobre sí mismos, se percatan que han desaparecido, que han quedado como meros esqueletos de una historia de la que ni siquiera han sido protagonistas de su propia destrucción.

Los pueblos que no han sido capaces de saber por donde van y carecen de una visión de su futuro se han quedado en la cuneta. Así, pensar Canarias se hace difícil aún desde el punto de vista intelectual, ya que no se sabe a ciencia cierta si lo hacemos desde una estructura consolidada o si es prestada, hipotecada, que promueve, se tambaleen los cimientos de una historia que da la impresión está cogida con "pinzas".

Defender la cultura se hace necesario. Pero hay que tener bien claro de que estamos hablando y saber que los símbolos que permanecen en ella incrustados no se deben violentar, y si alguna vez se encuentran en peligro, no habrá otra alternativa que inventar otros desde dentro, desde una perspectiva propia, ya que de esa manera se dará un paso hacia delante eludiendo el vacío.

Los pueblos que se diferencian y definen desde su espacio cultural tocan con los dedos un mejor futuro al reavivar su presente. Si no fuera así se estaría  dando tumbos hacia unos horizontes que se pierden porque la mirada, si existe, es apagada, mortecina que confunde el folclorismo con la esencia cultural de los pueblos.