Por Luciano E. Armas Morales.

Esto es como una antigua fiesta de la Apañada, pero a nivel de Europa. En las fiestas que celebraban en S. Andrés, isla de El Hierro, que dieron origen a este ritual, se vendían y compraban reses, cabras, mulas o cualquier otro animal doméstico, en cuyas transacciones el comprador y el vendedor regateaban el precio hasta llegar a un acuerdo.

Hoy Europa es un gran mercado, en el que además de naranjas, coches, ordenadores o gas, se compran y se venden inmigrantes, y después de muchas negociaciones y regateos, se ha llegado a un acuerdo: Se compran y se venden inmigrantes a veinte mil euros por cabeza. Así de sencillo. Como si fuesen cabezas de ganado, en una gran apañada a nivel continental.

En realidad, la historia de vender seres humanos como si fuesen cabezas de ganado viene de muy antiguo, pero si nos atenemos a la época moderna, los primeros, cabezas de ganado negro que llegó a Estados Unidos, fue en 1619 en el barco “White Union” en Jamestown, estado de Virginia.

Lo que vino después, forma parte de la historia conocida: los colonos fueron amentando exponencialmente, partiendo de Virginia y toda la costa este de Estados unidos, plantando maíz, trigo y tabaco en una tierra muy fértil, cuya producción exportaban en gran medida a Europa, lo que les proporcionando riqueza y seguridad alimentaria a los nuevos colones. Pero claro, esa nueva tierra prometida, necesitaba mano de obra para cultivarla.

Entonces se dirigieron a los indios, que habitaban esas tierras cuando ellos llegaron, para que trabajaran en sus plantaciones. Y los indios, en lenguaje castizo, les habrán dicho algo así como: “Oye tío, resulta que nosotros vivimos aquí en libertad, cazando bisontes, pescando y cogiendo frutas silvestres, y ahora vienes tú, a plantar en nuestras tierras, y encima quieres que trabajemos para ti. ¡Vete a tomar viento fresco!”

El resultado de la cuestión fue que los colonos se dedicaron a matar indios y despojarlos de sus tierras, y a llevar negros desde África para tenerlos como esclavos trabajando en sus granjas, porque los negros eran mucho más dóciles que los indios.

A la isla de Gorea en la costa de Senegal, que por cierto ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad, llegaban miles de hombres encadenados que habían sido secuestrados en aldeas africanas, para meterlos en bodegas insalubres de viejos barcos y venderlos luego como esclavos en América. Se calcula, que aproximadamente veinte millones de africanos, fueron vendidos en las diversas colonias americanas, incluyendo los que llegaron a Las Antillas o Brasil. 

De las costas de Senegal, precisamente, cerca de la isla de Gorea, salen hoy muchos de los cayucos que pretenden llegar a nuestras costas en busca de un paraíso soñado. Y es que la diferencia en el nivel de vida en Senegal o Mauritania, por poner un ejemplo y los países de Europa, es tan abismal, que no dudan en embarcarse, sabiendo el riesgo que corren en ese viaje incierto durante varios días, en el que muchos pierden la vida en el intento.

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 Si comparamos, pongamos por caso, el salario bruto mensual medio de un europeo, que es de 2.500,€, con el de un mauritano, que es de 70,73 €, creo que lo entendemos mejor.

La pobreza extrema, sequías, calamidades, represiones sangrientas de dictadorzuelos, y otras circunstancias que hacen difícil la supervivencia en sus países, les empujan a este viaje en difíciles e inciertas condiciones, pretendiendo llegar a ese paraíso soñado llamado Europa, que conocen por TV o por las referencias de los que han podido sobrevivir a la aventura y se han establecido, aunque sea limpiando alcantarillas. 

Hay que entender, también, que la vieja Europa ha saqueado sistemáticamente la riqueza de esos países, ya sea en diamantes, oro, minerales, petróleo o bancos de pesca, con la complicidad de gobiernos corruptos, y al mismo tiempo ha impedido que esos pueblos pudiesen prosperar, no pudiendo acceder a los niveles básicos de educación y formación, ni a la creación de infraestructuras y de un tejido productivo que pudiera mejorar sus condiciones de vida. 

Y ahora resulta, que, abolida la esclavitud, no pueden traer negros encadenados a trabajar, actividades que los europeos menosprecian. Ahora vienen ellos solos buscando ese tan anhelado trabajo precario, pero no son vistos con buenos ojos por algunos de los que confortablemente viven en la vieja Europa, porque dicen que mucho trabajo y esfuerzo les ha costado la prosperidad de la que gozan, para que ahora vengan esos inmigrantes a aprovecharse de su sanidad o sus prestaciones sociales.

 En la Unión Europea, hay un debate desde hace mucho tiempo, intentando consensuar una posición común ante la avalancha de inmigrantes que están llegando a los países europeos, que se estima en unos cinco millones los que han llegado en los últimos cinco años. Se trataba de establecer un reparto de inmigrantes con cuotas obligatorias, entre todos los inmigrantes que entrasen por sus fronteras. Es decir, que los que entrasen por España, por Grecia o por Italia, serían repartidos por el resto de los países de la Unión en función de unas cuotas de acogida obligatorias.

Pero países como Hungría, Polonia, Austria, y últimamente Italia, son partidarios de endurecer la política migratoria y devolver los inmigrantes, salvo determinadas excepciones, como los solicitantes de derecho de asilo o los que tienen familiares directos residiendo ya en la Unión Europea.  Al final, la solución consensuada ha sido endurecer y mercantilizar la política migratoria, porque la solidaridad y la búsqueda de opciones para mejorar las condiciones de vida en esos países de los que proceden los inmigrantes, ni está ni se le espera.

Según este acuerdo, los países a los que corresponde una determinada cuota de inmigrantes, como Austria o Polonia, y no quieren ver inmigrantes en sus calles, pueden venderles esa cuota a otros países, como Portugal, Grecia o España, a razón de veinte mil euros por cabeza.

 Es decir, si un inmigrante llega a El Hierro en patera, y según el reparto de la cuota acordada le corresponde irse con los húngaros, entonces Hungría le paga veinte mil euros a España, y le dice: “Quédatelo tú!”.

Lo dicho, se venden inmigrantes a veinte mil euros por cabeza. ¿Hay quién dé más?.