Por Juan Jesús Ayala.

Así le respondió en 1919, Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) a Fernando de los Ríos, comisionado por el Partido Socialista Obrero Español, para que se entrevistara en Moscu con las autoridades comunistasa fin de solicitar el ingreso del partido en la Tercera Internacional Comunista que se había creado en marzo de 1919. Al llegar al despacho del mandatario comunista le extrañó que tuvo que pasar una serie de controles fuertemente armados, y al preguntarle a qué era debido tanta seguridad, le respondió que la libertad no era fundamental, sino la seguridad lo que había que reforzar porque sin ella no se conseguiría   los programas políticos establecidos.

Al llegar el comisionado del Partido Socialista Obrero Español a Madrid y referirle esta cuestión no se lo podían creer dado que la Revolución Bolchevique de Marzo de 1917 llevaba la libertad como paradigma fundamental, y si acaso la seguridad se encontraba en un espacio de mucho inferior rango.

La libertad no solo fue cuestionada en aquella conversación histórica, sino que en determinadas resoluciones políticas donde se enfatiza la paz y la convivencia, aunque la libertad se minimice tergiversando la pérdida de valores, haciendo que la seguridad se priorice como categoría necesaria superior; lo que nos recuerda a Benjamin Franklin, cuando en 1775 pronuncio la frase: "quienes están dispuestos a ceder sus libertades básicas a cambio de un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad". De ahí que comprender los límites de la libertad es lo que posibilita su esencia, ya que de no hacerlo es como si esta fuera innecesaria, tal como en su día manifestó Lenin.

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Lo que nos conduce a una extraña realidad, no muy agradable, que con el voto en manos equivocadas, salen elegidas las personas equivocadas que luego manipulan al electorado y contradicen sus propuestas proclamadas en campañas electorales, porque parece más rentable ignorar donde están los limiten de la libertad para obtener los beneficios del poder establecido o cuando este poder se pretende alcanzar.

De ahí que a los ciudadanos de a pie se les escapa el porqué de determinadas cuestiones que comprometen sus vidas, dado el silencio que se sitúa en las mismas, puesto que las consecuencias que vendrán no van a ser satisfactorias por mucha seguridad que se diga que van a disponer a cambio de conseguir una libertad que no termina de llegar.

Y lo que pudiera preocupar, más aún con una intensidad imprevista, que no solo la libertad pudiera ser innecesaria, sino que a su vez pudiera estar acompañada por la inseguridad.

Lo que se traduciría en el fracaso más estrepitoso, no solo de las políticas establecidas, sino que, además, sería el peor fraude que pudiera existir al observar como los derechos humanos y las leyes que los amparan fuesen cuestionados por aquellos que tienen, como mandatarios públicos de altísimo rango, la obligación moral y política de desarrollarlos.