Por Luciano Eutimio Armas Morales.

LAS MIGRACIONES

Desde los principios de la historia, los pueblos de la tierra han realizado migraciones en busca de mejores condiciones de vida, por razones climáticas, por conquistas militares para apropiarse de las riquezas de otros pueblos, o huyendo de difíciles condiciones de supervivencia en sus propios territorios.

Nosotros mismos, el homo sapiens, procedemos de unas hordas que vivían en una región de África, al sur de Etiopía y al norte de Kenia, donde estuvieron nuestros antepasados durante más de cien mil años, alimentándose de frutas, raíces y semillas, y de carne de animales que cazaban en grupos.

Y hace unos cincuenta mil años, quizá empujados por la presión del aumento de población sobre los recursos disponibles, por los cambios climáticos que hacían de Europa un espacio más idóneo para los cazadores-recolectores, y por la natural curiosidad y afán de explorar nuevos horizontes de los humanos, nuestros antepasados migraron a Europa y Oriente Medio.

Pero cuando llegaron a Europa ya estaban los neandertales, con mayor capacidad craneal que el homo sapiens, aunque parece ser que menos habilidosos. Y en cinco mil años, los neandertales se extinguieron o fueron extinguidos por nuestros antepasados africanos, no sin antes producirse algunos cruces entre “neandertalas” y homo sapiens, o entre “mujeres sapiens” y neandertales, que provocaron que nosotros tengamos hoy entre un uno y un tres por ciento de genes neandertales.

Comento esto como ejemplo más remoto de migraciones, que se repiten en toda la historia de la humanidad, al hilo del gran flujo migratorio que se está produciendo ahora desde los países de África a la Europa ribereña del Mediterráneo o a las Islas Canarias, con especial incidencia en nuestra Isla de El Hierro, que parece la hayan tomado como referencia automática en sus GP´S.             

NDEYE  SARR

Ndeye Sarr es una joven de treinta años, procedente de Gunjur, un pueblo costero al sur de Gambia cerca de la frontera con Senegal, que llegó a El Hierro el pasado cuatro de octubre en un cayuco acompañada de una hija de nueve años, después navegar en condiciones infrahumanas durante mil setecientos kilómetros en siete días.

Desde los diez años se dedicaba a vender pescado que recogía en la playa cuando llegaban los cayucos, pero ya apenas pescan, y los cayucos están pudriéndose al sol y varados en las playas, mientras las modernas flotas pesqueras de varios países, entre los que destacan China y España, arrasan los bancos de pesca.

 España le paga a Senegal y Gambia treinta y cuatro millones de euros al año por derechos de pesca, pero ese dinero no lo reciben los pescadores, lo recibe el gobierno, y vete tú a saber lo que hace con él, en países como estos, con baja calidad democrática y abundante corrupción. 

Ndeye Sarr se dedicaba últimamente a recoger leños secos y carbón para cocinar y venderlo a los vecinos. Ella sola tenía que mantener a sus cinco hijos de entre tres y doce años, pero muchos días no podía comprarles mijo y frijoles para comer. Los tenía mal nutridos. Sufría la miseria, la pobreza extrema, el abandono y la violencia, porque la mitad de las mujeres de Gambia y Senegal han sufrido violencia física.

Fue una casualidad. Estaba recogiendo leños secos cerca de la playa, cuando vio pasar algunos vecinos cargados con garrafas de agua y algún hato. 

-¿A dónde vais?.

-Nos vamos a la Gran España. 

No lo pensó dos veces. Estaba desesperada. Algún día había pensado en suicidarse, pero no podía. Tenía cinco hijos, y aunque a veces no podía soportar la angustia de no tener que darles de comer, tenía luchar. Se fue a la choza, cogió treinta euros que tenía ahorrados, lo que tenía de comida y una garrafa de agua, le dejó los otros hijos a su madre, y volvió a la playa con su hija de nueve años. 

Cuando se serenó un poco, se dio cuenta que estaba junto a su hija apretujadas en el cayuco en medio de tanta gente. Se iban alejando de la costa, y pronto solo se veía el sol y el mar. “Qué grande es el mar!”, pensó. Sabía que algunos no habían podido llegar a su destino, y murieron en el camino. Pero estaba tan desesperada, que decidió arriesgarse.

 Soñaba con llegar a la Gran España y poder trabajar limpiando casas y enviarle dinero a su madre para mantener a sus hijos, hasta que ellos también pudieran viajar. Y comer algo diferente que mijo y frijoles todos los días. Quizá comer pescado alguna vez. Ese pescado que traen los pesqueros españoles de los bancos de pesca de las costas de Gambia o se los compran a los chinos, pero que ellos, con los cayucos varados en sus playas, ya ni lo prueban.

LOS DEPREDADORES DEL MAR

Porque el pescado ya no es de los países ribereños con los bancos de pesca, normalmente pobres, incultos y sin recursos. El pescado es de las grandes flotas, que con modernos barcos y las últimas tecnologías, esquilman los recursos del mar en todo el planeta.

En los últimos cuarenta años, las flotas de pesca de Estaos Unidos y países de la Unión Europea han quedado reducidas casi a la mitad, dada la reducción del volumen de capturas, por la regulación de las actividades pesqueras y por normativas laborales y medioambientales. Pero en al mismo tiempo, la flota de pesca de los barcos chinos se ha multiplicado por cuatro. Miles de barcos de este país navegan en todos los mares del planeta, aunque algunos ocultan en realidad actividades paramilitares, de vigilancia o de reivindicación de aguas territoriales.

España, por ejemplo, es el país mayor consumidor de calamar de Europa. (Research and Markets). ¿Pero dónde y quien pesca esos calamares? En gran parte los pescan los barcos chinos en aguas del Atlántico, el Índico o del Pacífico, que cuando se aproximan a las costas de Chile, de Perú, de Ecuador, o de las Islas Galápagos en el Pacífico, o de Argentina, Uruguay, Brasil o las islas Malvinas en el Atlántico, apagan los transpondedores del radar para no ser localizados. Son verdaderos depredadores ilegales. 

También pescan los chinos en base a acuerdos legales en las costas de Gambia o Senegal. Y luego, por ejemplo, los venden a la empresa valenciana Inlet Seafish S.L., que los comercializa como calamar sahariano… ¡Calamares pescados en el banco africano, por barcos chinos, con trabajadores indonesios en precarias condiciones, y quitándoselos de la boca a los senegaleses, terminan en nuestros platos!

Para que se hagan una idea, en el año 2022 según la FAO, Estados Unidos pescó 50.000 toneladas de calamar, España 150.000, y…  ¡China, 1.200.000! Casi tanto, como los que pescaron países tradicionalmente pesqueros como Japón, Corea, Perú, Argentina, Noruega y Chile juntos.

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LOS  BULOS

Sabemos que la llegada de cayucos con migrantes suscita también rechazos y alimenta la xenofobia, porque entienden algunos que vienen a aprovecharse de nuestra hospitalidad y afectan a nuestro bienestar y seguridad. Hay quien propone incluso hacer una barrera marina con patrulleras de la armada, y poco menos que recibirlos a cañonazos.

Para alimentar esa xenofobia, recurren a bulos con informaciones falsas, como la de que hay una mafia que obtiene grandes beneficios dedicándose al tráfico de seres humanos, que los transportan en barcos nodriza hasta cerca de nuestras costas y los sueltan cuando tienen nuestras islas en el horizonte.

Sin negar que siempre hay quien se beneficia y trafica con las necesidades de otros seres humanos, es conveniente desenmascarar esos bulos y mentiras que algunos ponen en circulación para defender sus argumentos de xenofobia. Por ejemplo, circula por las redes sociales la foto de un barco con varios cayucos en su popa, manifestando que se trata de un barco nodriza remolcando cayucos hasta nuestras costas.

 Pero la verdad es que la foto corresponde a un barco chino, que hace años no le permitieron atracar en el puerto de Nouadhibou, y se suministró por medio de cayucos.

EL CINISMO

Tenemos también una natural tendencia a defender nuestro estado de bienestar, ante los migrantes que pueden desestabilizar o mermar nuestra prosperidad y nuestra tranquilidad. 

Pero debemos reconocer que, si por ejemplo, podemos comprar unas magníficas zapatillas deportivas en sesenta euros, es porque los trabajadores que las confeccionan en Indonesia o Bangladesh, viven en unas condiciones miserables y cobran ciento cincuenta dólares al mes por unas jornadas extenuantes. Si cobrasen mil dólares al mes, vivirían en mejores condiciones, a nosotros las zapatillas nos costarían doscientos euros… y seríamos un poquito más pobres.

Si podemos comprar atún, lenguado, merluza o calamar a quince euros el kilo, es quizá porque los pesqueros chinos que los pescan en Senegal y nos lo venden, tienen trabajadores indonesios en condiciones miserables a los que les pagan doscientos dólares al mes. 

Si las ayudas internacionales a Senegal, por ejemplo, se orientaran a ayudarles a modernizar su flota de pesca, comercializar su pesca y a la educación y formación de sus habitantes, seguro que después explotarían ellos directamente sus bancos de pesca, y el atún nos costaría quizá treinta euros el kilo. Y entonces, los senegaleses vivirían mejor explotando ellos mismos sus recursos sin la necesidad de meterse en cayucos para venir hasta aquí, y nosotros seríamos un poquito más pobres, claro.

No seamos cínicos. Debemos comprender que nuestro bienestar se apoya en la miseria de otros pueblos, gobernados casi siempre por lideres títeres y corruptos, a los que explotamos sus recursos y mantenemos en condiciones de pobreza y analfabetismo, al tiempo que fomentamos guerras entre ellos.