Por Juan Jesús Ayala.

Amoco nos suena bien; antes de la ocupación castellana lo que hoy es  Valverde, los bimbaches así lo conocían; habían  huido de la costa para protegerse de los piratas y más tarde de unos señores avasalladores que llegaban provistos de lanzas, picas y arcabuces; de ahí que buscaran el refugio de la llanura enclavada entre montañas, alejada del mar lo que les proporcionaba una mejor defensa.

Por esa circunstancia  la única capital de  Canarias que no está  en el litoral sea Valverde lo cual hace que al ver desde la balaustrada de la “punta de la carretera” el mar distante, nos haya impulsado desde niños a desearlo, a imaginarlo e intentar rescatarlo.

Valverde, antes Amoco, rodeada por la imponente mole de Los Lomos, la magia de la montaña de Ajare, la montaña de Santiago con el “pico de los muertos”  y movida por el viento de San Juan, quizás debiera volver hacia atrás y ese verdor que se ha ausentado en el tiempo y que ha comenzado a retoñar arroparlo con el nombre acogedor de Amoco.

Cuando frecuentábamos la escuela y nos hablaba el recordado maestro de Amoco, el nombre y su historia nos caía bien, era sugestivo, impulsor de leyendas, batallas y convivencia ancestral; y más aún cuando nos decían que allí habitaban los primeros moradores de una isla que soñábamos y que las paginas de la vieja historia siempre deseábamos recrearlas, impulsarlas para no perder la esencia de la misma, invitándonos a echar la vista hacia atrás. Lo que conforta y gratifica.

Lo que si está claro que Amoco suena bien al igual que Valverde. Tal vez uniendo el viejo pasado con el presente más inmediato se pudieran rescatar nombres, acontecimientos  alrededor de esos nombres que dignificaron a la isla y que proyectaron la vieja memoria hasta los deseos que se tiene en la actualidad de máximo progreso y bienestar.

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Amoco, Valverde, lejos del mar mirándose en el espejo del imaginario azul separada de él, a veces por la bruma que corre alocadamente, alejada por la pequeñez de la isla donde daba la sensación que las distancias eran enormes. Al menos así nos parecía cuando correteábamos por las empinadas calles y veredas de su barrios, lo distante que nos encontrábamos unos de otros; los  de Santa Catalina, los de la plaza del Cabildo, o la del Cabo  o la de la Iglesia.

Nos repartíamos el territorio pero muchas veces era el atrevimiento lo que imperaba y la confluencia era deseada, sobre todo, en épocas donde predominaba el trompo, las cometas o los partidos de futbol en el “hoyo” de San Juan en la vieja finca del cura.

Aquellas treguas se deseaban; y era la apoca de los juegos los que de manera espontánea se ponían en practica uniéndonos a  todos.

Amoco y Valverde, pasado y presente de una leyenda, de una historia que no pretende olvidarse ;pasado y presente de  paginas escritas y de las que están por escribir.

Amoco suena bien, Valverde también; tal vez sonara bien y de manera institucional y como capital de la isla: “Valverde de “Amoco”.