Opinión

En el camino de la historia: El alcalde y el submarino alemán

Por Juan Jesús Ayala.

La isla de El Hierro a lo largo de su historia ha registrado episodios  y anécdotas un  tanto dramáticas como simpáticas, muchos de ellas generadas por las luchas políticas entre bandos familiares que se enfrentaron  en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX y otras motivadas por asuntos inesperados, extraños, envueltos  en el misterio y en lo que pudo acontecer en el tiempo que se desarrollaron. Un ejemplo fue el protagonizado por el alcalde de Valverde, Juan Ayala Hernández  el 17 de septiembre de  1917.

En esa época Europa se encontraba azotada por las inclemencias y penurias  ocasionadas por la primera guerra mundial donde el mar fue testigo de cruentas batallas  entre la flota alemana e inglesa. España, como sabemos, fue neutral en esta contienda, pero sus mares fueron surcados por submarinos y concretamente las aguas de Canarias donde los alemanes hundían  todo tipo de barcos aun fueran cargueros para así comprometer y bloquear el abastecimiento de alimentos a Inglaterra. Y el mar que rodeaba la isla de El Hierro no se libró  de estas batallas , además, porque los submarinos alemanes tenían ciertos lugares de la isla como refugios, tales como la Bahía de Naos donde se supone se resguardaban para  rellenar sus tanques de aire  y abastecerse de combustible.

Pues en esa fecha reseñada emergió en la bocana del puerto de la Estaca un submarino alemán ante la extrañeza y temor de los pocos vecinos que habitaban en aquel tiempo el puerto. Entendiendo la gente del lugar que España no estaba en guerra y que el submarino  había izado la bandera alemana y no juntamente con la española, mas de uno se acercó caminando hasta Valverde para comunicarle al alcalde lo que estaba aconteciendo en el puerto. El alcalde raudo y encorajinado monta en su caballo y se presenta para increpar e exigir al comandante del submarino, Henrich Metzger, que tenia que izar la bandera española. Hubo entre los dos personajes su mas y sus menos, pero al final la discusión se atemperó y  termina con la invitación al alcalde por parte del comandante para que subiera a bordo con el fin de enseñarle la maquinaria del barco como los dispositivos de guerra que portaba.

Hasta ahí todo parecía dentro de un orden pero los lugareños se quedaron estupefactos al ver que el submarino se sumergía  desapareciendo bajo las aguas y suponiendo que el alcalde había sido secuestrado y tomado como rehén, lo cual fue comunicado por telégrafo a las autoridades de Tenerife. 

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El ayuntamiento dio por “ausente” a don Juan Ayala quedando este bajo la dirección de su primer teniente de alcalde Miguel Ayala Méndez, hasta que a los siete días de ausencia emerge el submarino en la bahía del puerto y en una pequeña lancha se trasladan el comandante y el alcalde hasta tierra donde se despiden con un cordial abrazo. El alcalde refiere que en esos siete días que estuvo en el submarino lo trataron  muy bien que nunca le hablaron  de secuestro y si que a los siete días lo devolverían al puerto, como así aconteció.

No obstante se sucedieron unas y otras conjeturas, pero como el alcalde, Juan Ayala era un enamoradizo  y habiéndose  casado el  3 de julio de 1871 con Manuela Bienvenida Durán, hija natural de Jerónima Durán y Acosta vecinos de la Villa, no tuvo descendencia de ese matrimonio si que  tuvo hijos fuera de él a los cuales reconoció y dio su apellido. Y sobre este asunto el recordado Carlos Quintero preclaro historiador herreño le preguntó pasado los años a don Miguel Ayala lo que pensaba sobre el asunto del submarino y el alcalde, a lo que le contesto que sabia lo que había acontecido pero que de momento no diría nada al respecto. Don Miguel murió y nunca se pudo saber. 

Pero entre las conjeturas que se pudieran pensar y sabiendo el carácter romántico e inquieto del alcalde, este le habría dicho al comandante que lo dejara en un sitio determinado de la isla donde algún amor escondido le estuviera esperando y que  a los siete días fuera a recogerlo y todo quedara en que estuvo en el submarino siete días, que la verdad, son muchos.

En fin conclusiones para la historia pero que no deja de ser una anécdota característica en un territorio aislado como El Hierro, donde algunos amores y estrategias románticas se notificaban a través de la disposición de las piedras en  un majano del camino, y lo del submarino quizás fue novedad y un método  imprevisto  ¿Que se sabe?.

Crímenes y videojuegos

Por Jesús Barranco Reyes.

No lo pienses mucho. Es mejor no darle vueltas. Además, es imposible de comprender. De aceptar, incluso. 

Un joven acaba de asesinar a toda su familia. A su padre. A su madre. A su hermano. Con frialdad. Sin emoción. Con un comportamiento digno de esos personajes apenas creíbles de las series de televisión. Me estalla la cabeza. ¿Cómo es posible? ¿Qué ha podido suceder? ¿Esto es real? Ya te he dicho que es mejor no pensarlo. Además, no tenemos mucho tiempo, porque todo pasa deprisa, y mañana la noticia será otra. Así que necesitamos encontrar una explicación a un suceso como este. Y, a ser posible, pronto. 

No te preocupes, los medios de comunicación ya están en ello. Que tampoco es su culpa. Al menos, no exclusiva. Solo tratan de dar una respuesta a nuestra necesidad como ciudadanos. Como miembros de la sociedad. Queremos una explicación rápida, justificable, y que nos exima de parte de la angustia que ahora mismo nos embarga, y eso nos van a dar. También es posible que no encuentren esa respuesta, claro est... ah, no, espera. Ya la tienen. Al chico le castigaron, y le quitaron la WiFi. Seguro que estaba todo el día metido en Internet. O jugando a videojuegos. Anda, pues sí, justo, jugaba al Fortnite. Bueno, pues todo va encajando, por fin. Era adicto al Fortnite, ese juego en el que matas a la gente (sí, ¿no? Quiero decir, no sé muy bien cómo va, pero creo que se matan y tienen pistolas, que es el tema). ¿Un periódico ha dicho que el Fortnite es un juego realista en escenas cotidianas? Bueno, un desliz. Tampoco puedes pedirles que se informen sobre todo lo que publican. Lo importante es que le quitaron esa droga, y su respuesta fue la de un adicto. Sí, era un adicto. A ver, los medios pasaron en cuestión de unas horas de enunciar “jugaba al Fortnite” a decir que estaba “enganchado al Fortnite”, y terminar con un más contundente “adicto al Fortnite”, sin realmente preguntarle a nadie sobre la materia. Pero bueno, es “el fornai”, que puedes esperar sino una adicción. Yo conozco a un chico que está todo el día pegado a eso y no sale de su cuarto. Bueno, no sé, a lo mejor es otro juego. Pero, en fin, son todos lo mismo. Así que, al menos, ya sabemos lo que causó el problema. Todo el día apretando el gatillo delante de la pantalla, lo raro es que no haya más muertos cada día. Fíjate, ya en 2019 dijeron “el fornai” era como la cocaína. 

Sí, en 2009 dijeron que el “World of Warcraft” era como la cocaína. Vale, sí, en los 80 dijeron lo mismo de “Super Mario”. Pero ahora es ahora. 

Mírame a mí, yo nunca jugué a videojuegos de pequeño, y jamás he asesinado a nadie. 

Un momento. Vaya, parece que tenemos VAR. Una parte de la prensa no se ha centrado en los videojuegos. Habrá que leer esto con más calma. Qué curioso, parece que ese fue el problema. Tenía en su mesilla de noche un libro. Veamos la prensa nacional: “El joven parricida de Elche habría leído “La edad de la ira”, una novela en la que un joven mata a su familia, y que forma parte del programa educativo de su instituto”. Vaya, esto cambia el panorama. Claro, es que a quién se le ocurre. ¿En qué pensaban en el instituto? A mí nunca me dieron libros como ese. ¿Quién supervisa el programa educativo? La culpa es de estos profesores modernos. ¿Cómo? ¿Qué el libro habla precisamente de la incomprensión adolescente, y la tendencia a buscar respuestas fáciles a sucesos dramáticos como ese? ¿Y qué más da? ¡Parricidas, en un libro! Con lo fácil que sería que leyeran libros normales. Los de siempre. Sin crímenes ni ideas raras. Aunque bueno, eso tal vez limite un poco la oferta. Habrá que prescindir de una buena parte de la novela moderna. Y de la antigua. Nada del siglo de oro, que no queremos trabajo infantil, robos o estafas callejeras. Prescindimos de la literatura griega, claro, porque entre saqueo y saqueo te salta Zeus con un rapto, y la liamos. Y quita de la estantería el libro gordo ese que dice “Biblia”, que como lea el antiguo testamento, se nos juntan el incesto, el infanticidio, los genocidios, y esas otras bonitas historias que forman parte del sustrato cultural de nuestro continente. 

Mírame a mí, nunca leí libros raros, y jamás he asesinado a nadie. 

Pensándolo bien, lo mejor es que no lean nada en absoluto, y así se evitan problemas. O solo libros que no les hagan pensar. Si no piensan, no hay peligro. Y sin videojuegos, tampoco. Eso mismo recomiendan en ese programa de la tele en el que llevan dos días analizando el crimen. Justo, ese canal que cada vez pierde más audiencia ante internet. Y frente a los videojuegos. No, ojalá perdiera audiencia por culpa de los libros, pero eso pasa cada vez menos. Sea como sea, a mí me tienen entretenido. 

Es terrible, lo sé. La familia está destrozada. Los vecinos no se lo pueden creer. Ya te dije que no lo pensaras mucho. Menos mal que tenemos una explicación. Bueno, dos. Y ninguna tiene que ver contigo. Madre mía, que alivio. Esto es lo que tenemos con la juventud de hoy en día, en esta sociedad permisiva y deforme. 

¿Dudas? No, además de no pensar, sería bueno no hacerte demasiadas preguntas. Jugaba al Fortnite, y leía libros sobre crímenes familiares. Es todo lo que necesitas saber. Nadie quiere más preguntas, en serio. Tampoco es que sean relevantes. ¿Tenía más problemas? ¿Sufría acoso en clase? ¿Era el primer castigo así? ¿O había habido otros antes? ¿Hablaba por internet con alguien imprescindible en su vida? Tal vez leía para evadirse de su realidad. O para revivirla. Puede que fuera celíaco. ¿Sufrió abusos? ¿Tenía dudas sobre su sexualidad y nadie que le apoyara? Tal vez le amenazaban en el instituto. Quizás no encajaba, y se sentía despreciado. O había cometido un error que creía irresoluble. ¿Le pegaba su padre, o su madre? ¿O algo peor? ¿Le gustaba el rojo? ¿Por qué otros jóvenes juegan al mismo juego sin hacer nada similar? Y ese libro, ¿lo ha leído más gente? ¿Tendría una crisis de identidad? ¿Tenía un arma cargada en casa? ¿Escuchaba heavy? ¿Reggaetón? Puede que sus sueños se hubieran convertido en polvo. ¿Insomnio? ¿Pesadillas? ¿Le gustaba el badminton? ¿Depresión, u otros problemas mentales? ¿Veía Netlfix? ¿Una decadencia académica a la que no sabía dar respuesta, pese a las expectativas familiares? Tal vez, dos años de pandemia habían distorsionado su vida de maneras que desconocemos. O albergaba tal oscuridad dentro que ningún videojuego o libro podría empeorar. A saber. 

¿Educar a los jóvenes para que sepan interpretar los estímulos que reciben, con sensibilidad y empatía? ¿Disociar las respuestas visibles de las excusas que actúan como vehículo de problemas más profundos? No suena mal del todo, pero parece complicado. Por ahora, vamos a culpar a algo concreto antes de que nos atropelle la próxima noticia. 

A ver, claro que tienes preguntas, pero no hay que hacerlas. La clave no está en comprender el problema, sino en encontrar respuestas. Culpables, incluso. Siempre ha sido así, tampoco es nada nuevo. Lo fue en el “asesino de la katana”. ¿Te acuerdas? En el año 2000. Un caso muy parecido a este. Un asesinato familiar, a sangre fría, con el perfil de un villano de película. No, el Fortnite no existía. Tampoco el libro “La edad de la ira”. Pero dicen que le gustaba el satanismo. No sé, lo dicen. Y que tenía el pelo como el personaje de un videojuego. ¿Ves? No es tan difícil encontrar respuestas. No, jamás se estableció una relación real entre una cosa y la otra. Era aficionado del Murcia club de fútbol, y nadie pensó que eso pudiera ser un motivo para convertirse en asesino. No lo pienses mucho. 

También estaban los asesinos del Rol. Los de 1994, esos que jugaban a eso de los dados para matar gente. No, los dados no son realmente para matar gente. No, los juegos de rol tampoco. Vale, sí, yo jugaba a eso de pequeño. No, todos los demás que conozco son gente normal. Bastante formada, sí. Más que la media; al fin y al cabo, despiertan la imaginación, y fomentan la lectura ¿En España? Cientos de miles. No, ninguno mata gente, pero eso no importa. ESTOS SÍ. Así que el problema estaba claro. Los juegos de rol, que normalizan asesinar gente en el papel, (supongo) provocan crímenes como estos. En mi casa fue un drama, y tuve que dejar de jugar al rol, sí. 

Bueno, pasé a jugar a escondidas. Lo cual demuestra el peligro de esa afición. O adicción, a saber. 

O como los múltiples criminales que escuchaban heavy metal. Adivina cómo suelen llamar a cualquier asesino que tuviera una camiseta negra y un disco “jevi” en su coche. Sí, “el asesino del heavy metal”. Hay una docena, por lo menos. Ya, Charles Manson escuchaba a los Beatles y nadie le llamó “el asesino en serie de Shelter Skelter”, pero son cosas distintas. Escuchando a Camela no habría asesinado a nadie. 

O sí. 

Pero bueno, a lo que íbamos. Lo importante es tu paz mental. Encuentra algo que tú no hagas, ni hayas hecho. Algo que no te guste. Algo que preferirías que no existiera o que no se utilizara. Cuando lo logres, ya tienes el puzle casi resuelto. Tú no haces “eso”. Tú no hiciste “eso”. Tú eres normal. Ergo, el que hace “eso”, se expone a dejar de serlo. Así que sobra el “eso”. Si es que está claro. 

Sigamos demonizando la herramienta, nunca su mal uso. 

Y mantengamos el foco en la afición que nos es extraña. Así no veremos las sombras en las que nos son más familiares. 

Rápido. No te pares a pensar mucho. Si no, tendríamos que empezar a hacernos otro tipo de preguntas. Menos evidentes. Más incómodas. 

No vaya a ser que, al final, la culpa no sea del Fornite. Ni del FIFA. Ni de los libros. Ni de los niños.

No vaya a ser. 

El túnel de La Restinga a Las Playas, radiografía de un disparate

Por Luciano Eutimio Armas Morales

El Cabildo Insular de El Hierro aprobó en pleno del pasado 7 de febrero, una moción, en la que se solicita al Gobierno de Canarias un estudio para llevar a cabo el cierre dorsal Este que comunique Las Playas con El Pinar. Para entendernos, un túnel y vías complementarias, entre Las Playas y la carretera de La Restinga a El Pinar.

En el camino de la historia: La Sanidad al limite

Por Juan Jesús Ayala*. 

Lo mas importante y necesario para que un país irrumpa en la modernidad y sea competitivo en los niveles que producen bienestar y riqueza es el sistema sanitario ya que si no es el adecuado todo lo que permanece a su alrededor se derrumba paulatinamente, y se comienza por no tener unos ratios consecuentes con la realidad del momento , concretamente en el campo de la medicina y enfermería; y podemos poner como ejemplo, España en su conjunto y Canarias particularmente.

En el ámbito de la enfermería diferentes sindicatos han propiciado días pasados concentraciones en los distintos centros de salud con el objeto de  hacer llegar a la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias que no deje a estos profesionales en situación precaria y con una sobrecarga de trabajo y responsabilidad que raya en lo inhumano lo que redunda en perjuicio contra la salud de los que tienen a su cargo mas de 2.500  personas asignadas lo que les obliga a una situación penosa y no deseable  al no dedicar a los pacientes el tiempo necesario. Y es que con una ratio de 5, 73 por cada 1000 habitantes en el conjunto del Estado y 8,8 por mil en la Unión Europea,  Canarias  está en 4,6  por cada 1000 lo que se traduce en la necesidad de incorporar al Servicio Canario de Salud 800 enfermeros para llegar al ratio adecuado que propicie una  adecuada asistencia a los habitantes de las islas.

Si nos concretamos en la situación de la Medicina esta es prácticamente  idéntica a la de antes de la pandemia. Aquí apenas se ha movido nada, la situación iguala a Polonia, Hungría y Bulgaria y lejos ,muy lejos de la ratio de Portugal de  2, 5 por 1000 o la de los Países Bajos, Francia o Alemania puesto que la media en el Estado español es de 1,93 médicos por cada 1000 habitantes donde Canarias sigue en la cola en la ratio por 1000 habitantes solo por delante de Andalucía y Castilla la Mancha.

Esta situación de no corregirse nos llevará al colapso total ya que, además, en apenas tres años se jubilaran el 50 por ciento de los jefes de servicio de hospitales lo que ocasionará nos encontremos con unas previsiones no ajustadas a un futuro inmediato, lo que llevará al enfermo a la no asistencia directa de un profesional sanitario sino que sea mediante el teléfono o pantallas de ordenador, cayendo en el olvido que el trato debe ser como siempre cara a cara con el paciente; y no seamos muy pesimistas si a no muy largo tiempo los robots en esto del diagnostico y tratamiento tengan mucho que decir , lo que ya seria el  desahucio personal total. 

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Ante esta situación que se vuelve a veces insoportable muchos sanitarios están a punto de abandonar, dado que aun cargados de vocación sufren en propia carne ciertos  impactos psicógenos indeseables al comprobar que no se les ha tratado bien por los poderes públicos sanitarios y que  si un día fueron motivo de aplausos hoy se encuentran desmotivados y dentro de una insatisfacción que  le han producido las palabras huecas y las promesa vanas por los palos de ciego de los gobiernos de turno que los  guían como si fueran marionetas.

O nos ponemos todos  a entender que es la sanidad, y mas aquellos que tienen la obligación de enderezar una situación que es grave donde  la gente se muere muchas veces sin recibir la asistencia  debida o de lo contrario nos situarán  al borde  de una sociedad que  camina hacia el caos sanitario y a la que se la está cogiendo con las pinzas de un bienestar deseado pero logrado, ni siquiera a medias.

(Respecto a una aclaración. En el articulo anterior sobre mi primo Juan donde hacia referencia a los “Ayala” que habían desempeñado tareas publicas en el Ayuntamiento de Valverde y Cabildo de la isla, omití por descuido memoristico, precisamente el  de su hijo José Matías Ayala Padrón, consejero que fue del Cabildo herreño).

*Por Juan Jesús Ayala (Especialista en Medicina Comunitaria y del  Trabajo).

El Tranvía

Por Luciano Eutimio Armas Morales.

El cadáver metálico de los railes del tranvía, que en otros tiempos unía la ciudad de Las Palmas con el Puerto de la Luz a través del Istmo de Las Isletas, con el mar a ambos lados, yacía sepultado bajo el asfalto desde hacía años.

Pero justo en este lugar, delante de la terraza en la que me senté y pedí un café, había un hueco en el suelo, en el que relucía un trozo del esqueleto metálico de lo que un día fueron railes, transitados por el tranvía que llevaba los trabajadores de los barrios de San José y San Cristóbal a faenar en labores portuarias.

Cuando el asfalto sepultó los raíles en todo su recorrido por las calles Triana, León y Castillo, Albareda y Juan Rejón, el alcalde ordenó que dejasen visible y libre de asfalto un trozo de estos recubriéndolos con un cristal, como mudos testigos de otra época. Al lado, colocaron una placa de bronce en el suelo con una inscripción: Raíles del tranvía  “La Pepa”.

Era la mañana de un día cualquiera en la calle Mayor de Triana, que fue la primera calle comercial tras la conquista de la Isla y la fundación de la ciudad, por la que circulaban diligencias y caballos, hasta que llegaron los primeros coches de los ingleses que se establecieron en la ciudad. Las Palmas era lugar de tránsito obligado de los barcos que unían el puerto de Londres con las colonias de África, y por esta calle pasaba cada día el Dr. Pavillard con su Rolls Royce, camino de su casa en Tafira.

Mas tarde llegaron los coches de hora, los coches piratas y aquellos destartalados fotingos, que decía Pancho Guerra, a los que sustituyeron las guaguas Daimler Garner y las de dos pisos, importadas de segunda mano desde Inglaterra. Contaban aquellas guaguas con un conductor y un cobrador, que, con gorra de plato, pantalones y chaqueta gris, transitaba por el pasillo con una bolsa en bandolera cobrándole a los pasajeros. Los vehículos tenían un cartel que decía “Prohibido hablar con el conductor”, y otro que decía “Prohibido fumar y escupir”.

 Pasados unos años, estas entrañables jardineras-guaguas, que así las llamaban, fueron sustituidas por unas Büssing procedentes de Alemania, nuevas, pintadas de amarillo y azul, con puertas accionadas con aire comprimido, que al abrir o cerrar emitían aquel silbido estridente que asustaba a algunos pasajeros.

Tras la invasión omnipresente de los automóviles que ocupaban viales y aceras, llegó un día en que la calle se cerró con una enorme escultura de Martín Chirino a su entrada, y se convirtió en una isla peatonal, por la que transitaban clientes de los comercios, niños con las nanas, turistas con sus cámaras, jóvenes ociosos, artistas callejeros, y jubilados o simple paseantes, que se sentaban en los bancos públicos o en las terrazas de las cafeterías, a charlar, leer el periódico o chatear con el smartphone. 

Y en esa mañana de un día cualquiera, estaba sentado saboreando el café en la terraza de la cafetería, frente a la cual estaba la placa de bronce y los raíles del antiguo tranvía, cuando vi que se acercaba y se dirigía a mi mesa, un mendigo con aspecto algo descuidado, caminando lentamente. Llevaba un sombrero negro de pana, ya descolorido, y un chaquetón gris que no parecía de su talla.

Se detuvo delante de mí, extendió su mano y me dijo: “Para un bocadillo, por favor”. Yo, de forma instintiva, metí la mano en un bolsillo buscando algunas monedas, mientras miraba su rostro erosionado por el tiempo y las arrugas, con unos ojos vivaces y un casi imperceptible tic en su mirada. Por un momento, me resultaba alguien conocido.

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  • ¿Cuál es tu nombre? -Le pregunté-
  • Andrés, señor. -me respondió.

De inmediato mi memoria rebobinó, y me encontré jugando al futbol en el campo del colegio. Andrés estaba en mi clase desde infantil. Jugábamos en el mismo equipo, él de extremo izquierdo y yo de lateral en la misma banda. Siempre estaba contando chistes. Fue el primero en llevar cigarrillos al colegio. Los encendía en el recreo y nos daba caladas, siempre a escondidas de los curas, claro. Y también fue el primero en presumir de ligar con chicas del instituto femenino, que estaba a tres calles de nuestro colegio.

Teníamos catorce años, cuando nos examinamos de la primera reválida de bachiller. Andrés, creo que no aprobó en junio ni en septiembre.  Al siguiente curso, no se matriculó. “¿Alguien sabe de Andrés?”, nos preguntábamos. Le echábamos de menos, por sus chistes, sus bromas, y sus endiabladas carreras en los partidos de futbol en el campo del colegio. Era un buen compañero.

De pronto sentí un irresistible impulso a levantarme, darle un fuerte abrazo, y decirle: “¡Coño, Andrés, ¿No me conoces? Siéntate aquí. ¿Qué quieres tomar?!”. 

Pero en el último instante me contuve. Recuerdo que decía, que a él le gustaría estudiar medicina. Nuestras mentes estaban llenas de sueños y de proyectos con los que construíamos un futuro fantástico. Pero habían transcurrido más de cincuenta años, y los sueños habían sido sustituidos por recuerdos, y quizás por fracasos y frustraciones.

Entonces, emocionado por el contraste entre aquellas ilusiones y esta realidad, pensé que podría resultar doloroso para él, rememorar aquellos años en que éramos tan felices corriendo tras un balón, o paseando una y otra vez por una acera de la calle Triana, a ver si aquella chiquilla de melena rubia que estaba en el instituto femenino, nos devolvía una sonrisa al pasar. 

Saqué un billete de la cartera y se lo di. Me correspondió con una amplia sonrisa, en la que se apreciaban dos portillos en su dentadura y su inconfundible tic en la mirada. “

_ Gracias, señor, me dijo. 

_ Que tengas un buen día. Cuídate, 

 le contesté. Y se alejó con caminar cansino, casi arrastrando los pies. 

Yo me quedé por un tiempo en la silla, meditando, triste y consternado. Era la mañana de un día cualquiera, en la concurrida calle Mayor de Triana.