- Opinión
Noches de Pardelas
Por Juan Manuel Martínez Carmona.
Estos días de abril y mayo asistimos en El Hierro a uno de los espectáculos más impresionantes de nuestra naturaleza: la llegada de las pardelas cenicientas después de pasar el invierno en aguas de Sudáfrica y Namibia, completando un viaje de casi 12.000 kilómetros sobre el Atlántico. Miles de pardelas sobrevuelan cerca de la costa en Charco Manso, Tamaduste, La Caleta, Pozo de Las Calcosas, La Restinga, etc., esperando el crespúsculo para acceder a sus huras en tierra. Entonces, con la primera penumbra, voces lastimeras, que recuerdan el llanto entrecortado de un niño, quiebran el apacible sosiego de la noche. Es el tiempo del reencuentro de las parejas y la pasión amorosa, acogidas al mismo nido defendido cada año. A finales de mayo, sorprendentemente sincronizadas, acontece la puesta del voluminoso huevo. A partir de entonces los tiempos se ralentizan: dos meses de incubación, compartida por la pareja, y luego los casi tres meses que requiere el pollo para completar su desarrollo. Nacida la cría, los adultos dedican todo su tiempo a buscarle comida, si es preciso en aguas africanas durante periplos de varios días cubriendo cientos de kilómetros. Peces y cefalópodos serán metabolizados en papilla aceitosa. Cebados con este “súper alimento”, los jóvenes se convierten en bolas de grasa, superando el peso del adulto. Confortablemente instalados, apenas tienen alicientes para abandonar su refugio. Pero los padres encontraron la solución. Tras espaciar las visitas, desertan. Hambrientos, y después de ejercitar las alas por las noches, los inmaduros abandonan las huras, pasando varios años en el océano antes de regresar a las colonias aspirando a formar una pareja.
Adaptadas de manera fabulosa a la vida oceánica, las pardelas comen, beben y duermen en el mar, dependiendo solo de tierra firme para nidificar. Su diseño aerodinámico resulta perfecto, desplegando alas largas y estrechas que aprovechan las más leves brisas, deslizándose sin esfuerzo. Otra peculiaridad estriba en la estructura del pico: rematado en gancho y con túbulos adosados donde abren los orificios nasales. Porque, y este es un detalle inusual entre las aves, gozan de olfato muy sensible que les permite detectar comida, reconocer congéneres y orientarse para localizar sus colonias de cría. Por estos conductos expulsan también el exceso de sal en la sangre, metabolizada por glándulas situadas sobre los ojos que funcionan como riñones. Robusta y tolerante, la pardela puede vivir cerca de las personas siempre y cuando no sean molestadas. De hecho, su presencia es apreciada por los pescadores que, antes de la implantación de la moderna tecnología náutica, buscaban las “cachuchas” (bandos) de pardelas asociadas a los bancos de pelágicos (sardinas, caballas, etc.). Con el mar efervescente de vida, las pardelas realizan audaces inmersiones, buceando hasta veinte metros de profundidad para quitarle el pescado, literalmente de los dientes, a delfines y tiburones.
Durante mucho tiempo, las pardelas disfrutaron de unas islas sin depredadores. Pero con la llegada del ser humano todo cambió. Para los primeros pobladores de Canarias, las pardelas representaron una fuente de proteínas fácil de capturar. Luego, su caza estuvo generalizada hasta finales del siglo XX. Además de la carne, consumida tanto fresca como jareada, otro objetivo de la recolección era el aceite extraído de los pollos, reputado bálsamo medicinal. Con los humanos llegaron ratas y gatos, los principales enemigos de las pardelas en la actualidad. Desgraciadamente, resulta habitual encontrarnos en El Hierro con cadáveres de pardelas atacadas y devoradas por gatos. Por otro lado, en Canarias cada año miles de aves marinas acaban en el suelo desorientadas por la iluminación artificial, muriendo por las heridas producidas, de inanición o depredadas. La mayoría son juveniles atraídos por destellos brillantes que asociarían, confundidos, con plancton. Este problema de conservación tiene fácil solución: utilizando tonos verdosos y amarillentos en las luminarias y minimizando la intensidad de la luz. Además, otra amenaza grave y emergente está relacionada con la acumulación de microplásticos en el océano. Un reciente estudio realizado en Tenerife constató que un 80% de las pardelas analizadas, inmaduros muertos durante su emancipación, contenían desechos plásticos en sus cuerpos. En El Hierro tenemos la fortuna, otra más, de convivir con notables colonias de pardelas cerca de nuestras poblaciones costeras. Seamos conscientes del privilegio brindado por la naturaleza y contribuyamos a no complicarles la vida.
Juan Manuel Martínez Carmona (biólogo).