Por Juan Jesús Ayala.
Cuando avanzas por los caminos de la vida te encuentras con cierta insistencia con los que ya no están; no están en el saludo, en las conversaciones, en las risas, pero continúan en el espacio donde se guardan las grandes personas, los amigos de siempre, que ahora la memoria revitaliza.
Y allí, en la trasera, en el patio del también recordado Bar Armiche de don Isidro Padrón y de Santiago Gutiérrez, un día, sin esperarlo, Ceferino, nos convoca para enseñarnos unos guantes de boxeo, los suyos, y otros que tenía para distribuirlos en los “púgiles” del momento que ante Ceferino éramos simples marionetas sin llegar a la categoría de sparring en los que destacábamos mi primo Ramón, Pepe Reboso, Manolo Trujillo, Antonio Pita, Raúl Álamo, Fernando Ribera, Leopoldo, Vicente Plasencia. En definitiva, chicos entre 15 y 18 años.
En aquellos años no había muchas distracciones para la juventud, todo se desarrollaba en las fiestas donde se acompañaban con enfrentamientos de lucha canaria entre los pueblos, donde siempre destacaban los luchadores del Pinar, así como los bailes que por su proximidad eran los de El Mocanal con los que íbamos de Valverde teníamos muy buena sintonía, que además, de amistad fue en algunos casos agrandándose en el tiempo.
Los bailes en los casinos del Norte tenían sus Estatutos por los que había que respetar los turnos establecidos para los solteros, para los casados y para los forasteros; pero a veces no todo iba como estaba escrito y en algún despiste a veces intencionado y otros por ignorancia de los que allí estábamos, se da la circunstancia que uno de nuestros amigos se equivoca de turno y al bajar a la cantina se comenta que la que había invitado a bailar tenía novio el cual muy enfadado se dirigió a nuestro amigo poniéndole la mano en el hombro con el afán de recriminarnos, pero cuando se enteró de que entre nosotros estaba uno que practicaba el boxeo todo quedó en sumar una nueva amistad, ya que entendió perfectamente el fallo cometido.
Ceferino en su oficina de los bajos del viejo Cabildo junto a Policarpo Díaz y a Mateo García, posteriormente en la estancia en Venezuela y regreso para estimular las charlas en el Tamaduste en el bar de Pujol donde recordamos tiempos pasados; que en el baño de las doce en el Río se asomaba al muro frente a la terraza de los Padrones para decirnos, hasta luego, ya que se iba dispuesto a almorzar.
Mucho hablamos, desplegando recuerdos que se encontraban en el camino de nuestra historia común refrendada por el entusiasmo de una juventud que deseaba aprender fuera lo que fuera aunque alguna que otra vez recordáramos los golpes que nos tenía guardada la vida a excepción de los amagos propiciados por sus guantes de boxeo.
Ceferino Sánchez, amigo, siempre en la memoria de la isla y en la de los que te conocimos. Como otros que despiertan la gratitud del recuerdo de la buena gente.