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Por Luciano Eutimio Armas Morales.

La revista TIME, publicaba en portada esta imagen, con Tejero pistola en mano en la tribuna del Congreso de los Diputados, mientras gritaba “¡Quieto todo el mundo!”. Y en segundo plano, el capitán de la guardia civil que disparó una ráfaga al techo.

Siete horas después de la llegada de Tejero al congreso, el rey Juan Carlos I anunciaba en directo por TV: “…La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático de la Constitución”. 

Los medios de comunicación de la época no se cansaban de ensalzar al rey como el héroe que había salvado la democracia en España, y durante años, han seguido vendiéndonos esa gran hazaña que le eximía de pedirle responsabilidades por algunos “pecaditos”. ¿Pero cuál ha sido la verdad de lo ocurrido? Lo sabremos fielmente cuando se desclasifiquen los documentos reservados y las conversaciones grabadas durante las siete horas transcurridas entre la entrada de Tejero en el congreso, y la alocución por TV de Juan Carlos I la madrigada del día 24. Mientras tanto…

Es inequívocamente cierto, que los peores reyes que ha tenido España han sido Fernando VII al que le llamaban “El Felón”, por déspota, sanguinario e inepto, y su hija Isabel II, de la que decían que dormía de día y de noche saltaba de cama en cama, sin preocuparse lo más mínimo por los asuntos de estado. 

En una medida de sana higiene política, los borbones fueron expulsados de España. Luego vino Amadeo de Saboya, que quería modernizar este país, pero no le dejaron gobernar y asesinaron al general Prim, el general de más prestigio y ascendente. Llegó entonces la Primera República, pero un golpe de Estado del General Martínez Campos acabó con la república y trajo de nuevo los borbones a España.

Vino Alfonso XII, y luego Alfonso XIII el corrupto, que hizo instalar en el Palacio de Oriente la primera sala de cine porno de España. Y vistas sus trapisondas, sus “aventuras africanas” y sus veleidades con el general Primo de Rivera, los borbones fueron expulsados de nuevo de España en 1931, y llegó la II República.

Pero otra vez un golpe de Estado, esta vez del general Franco, acaba con la II República, y trae de nuevo a los borbones a España de la mano de Juan Carlos I, que providencialmente se convierte en salvador y guardián de nuestras esencias democráticas. O al menos, eso es lo que nos han contado.

Toda la verdad en realidad la sabremos cuando se desclasifiquen los documentos secretos. Pero a estas alturas, entre lo que ha trascendido, lo que se ha descubierto, y lo que han confirmado veladamente periodistas muy bien informados como Luis María Ansón o Pilar Urbano, tenemos una idea bastante precisa de lo ocurrido.

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Presuntamente, la soberbia, altivez y caprichos de Juan Carlos I, no podía soportar que un presidente de gobierno, con carácter e ideas claras, pretendiese gobernar y modernizar este país y homologarlo a los países de Europa Occidental. Y aunque Juan Carlos I había propuesto a Adolfo Suárez como presidente, el rey quería seguir mantenido a España como una especie de coto privado y tuvo serios enfrentamientos con Adolfo Suárez. 

Cuenta Pilar Urbano una conversación entre ellos, que alguno filtró confidencialmente y al final se ha divulgado: 

“Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar”, le dijo el rey al presidente del gobierno.

Cuando Adolfo Suárez presentó su dimisión, ya habían tenido lugar varias conversaciones, como la Enrique Múgica con el general Armada en Lérida, para diseñar un gobierno de “salvación nacional” presidido por un militar, que salvase a España de la grave situación provocada por la furia de ETA, los ruidos de sables y la crisis económica. Y esa solución, presuntamente promovida por Juan Carlos I y consensuada con el Ejército y con la Iglesia, era presuntamente la prevista cuando Tejero y sus guardias civiles entraron en el Congreso de los Diputados. 

¿Y qué pasó después?

Presuntamente, que cuando el general Armada, presuntamente el “el elefante blanco, militar por supuesto”, le dijo a Tejero que en el gobierno que él presidiría, tendría a Felipe González de vicepresidente junto a Fraga Iribarne, y a Solé Tura de ministro, presuntamente le contestó Tejero algo así como: “¿Pero qué coño te crees tú? ¿De modo que participo yo en una guerra para echar a los rojos de España, y ahora tú los vuelves a traer? ¡Ni de coña!”. Y se lio la que se lio.

Y así estuvieron más de seis horas dándole vueltas, haciendo consultas, con llamadas varias en todas direcciones, hasta que aislado “el cabeza de turco” teniente coronel Antonio Tejero, el rey Juan Carlos I, el presuntamente fratricida, corrupto y coleccionista de faldas, salió por TV como profeta salvador de la democracia.

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Por Juan Jesús Ayala.

Roger Pol Droit es una de las figuras importantes del pensamiento contemporáneo, consejero de filosofía de la UNESCO y responsable del Instituto de Ciencias políticas de París. Es un filósofo atípico, raro, porque le da más relevancia a la sensación que a la reflexión. Además, considera que el camino para llegar al destino del pensamiento es el asombro, lo que ha condicionado a los filósofos desde Platón, Aristóteles hasta Marcuse.

Recurre también al humor y desdeña aquellos intelectuales que se invisten de un academicismo puro y   de un lenguaje que está encriptado más bien para los dioses del Olimpo que para el hombre de la calle.

Y la filosofía para Pol Droit está en la calle, en aquello que nos sorprende por su cotidianidad en la cual se ampara en cosas absurdas no propias de un filósofo como cuando manifiesta en la situación de beber mientras se orina, porque ahí se entrelaza el misterio del cuerpo humano como maquinaria perfecta, por lo que se puede llegar a las altas instancias de la reflexión desde abajo, desde la provocación, desde el humor que despeja la imposición rítmica de lo transcendental para quedarse con lo propio, con lo que nos distrae, con lo que nos confunde y queremos desarrollar sin andarnos por las ramas sino desde el mismo pretil de la acera o apoyado en el tronco de un árbol tal vez de un bosque imaginario. 

El asombro insiste, es la matriz de la reflexión y que esta se acompañe de un cierto talante humorístico, porque las grandes contradicciones sociales tienen una explicación que hay que buscar, quizás más en el escenario donde se produzca la hilaridad porque los protagonistas de las grandes cuestiones son seres insignificantes que más que otra cosa producen risa o alguna carcajada perdida en ese barullo universal de voces huecas.

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 Y así se desmontaría toda la parafernalia de los que se creen imprescindibles cuando en realidad son meras comparsas de sí mismos y de los poderes fácticos que detrás de ellos le dicen al oído qué camino seguir, si es que pretenden obtener el premio de su vasallaje. Poderes ocultos que hay que desenmascarar (misión importante y definitiva de la filosofía si quiere considerarse como tal)con un cierto componente de humor que nos conduzca, paradójicamente, al recinto de lo serio, de lo que compromete, dificulta y trastoca la cotidianidad viva y palpitante.

Quizás el filósofo francés pretenda ir más allá de la elucubración científica y pisar el terreno del asombro, que está patente en cualquier momento del escenario vital, dejando atrás academicismos que muchas veces se quedan en el diletantismo y en una mera cuestión teórica. El asombro abre puertas, destruye mitos y pone las cosas en su sitio.

En las circunstancias vitales actuales, donde el desconcierto es protagonista, donde no sábenos lo que nos espera a la vuelta de la esquina, donde la economía mundial está zarandeada por la fuerza emergente de los que en su día fueron súbditos y esquilmados por las potencias occidentales, principalmente por China que ha puesto a   Occidente de rodillas una vez más, sobrepasando el poder que tuvo cuando la pandemia, ahora lo hace nuevamente al controlar por producir elementos importantes y necesarios para que la economía occidental se mueva y no colapse. Cuestión que no hace falta ser un lince para barruntar, que todo apunta   en ese sentido.

Lo cual nos hace alinearnos con el filósofo francés, que ante lo que se avecina, que es complicado, no perder el humor se hace necesario, pero junto también a una seriedad que indague verdades ocultas y que nos identifiquen la cantidad de ineficaces que creyéndose superinteligentes o son lacayos del poder o creen tenerlo para resolver cuestiones de máxima importancia, las que continúan como siempre, aunque les den una capa de barniz para disimular, pero que a los pocos días recobra su ineficacia habitual.

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Por Juan Jesús Ayala.

Se habla, se debate sobre la cultura y más concretamente la canaria con cierta frecuencia, y no muy acertadamente, porque lo que define a los pueblos es precisamente la cultura que forma parte de la estructura sociopolítico-antropológica donde se encuentra, asimismo, la identidad.

Hay que tener bien claro que entendemos por cultura aquel concepto que incluye conocimientos, creencias, arte, leyes, moral, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por las personas en cuanto son miembros de una sociedad.

Y en ese amplio mar de la cultura navegan un sin fin de pueblos, con los remos de sus rituales y simbologías que los definen. Dentro del cuerpo de la cultura lo que hace funcionar y le da pálpito es la simbología, entendiendo por símbolo cualquier tipo de objeto, acto o acontecimiento que pueda servir para vehicular ideas o significados. La simbología puede considerarse como la esencia del pensamiento humano.

Una vez que se determina el marco y el espacio antropológico de la cultura acentuando la simbología, se tendría que buscar el camino de la diferencia.

Y no para sentirnos mejores ni peores, ni más ni menos capacitados unos de los otros, simplemente para entendernos, para definirnos y para saber que es lo que circula por la mente de aquellos que comparten una misma cultura.

Pero la cultura como sustrato intelectual tiene sus detractores que generalmente le llegan de afuera violentando situaciones, marcando nuevos ritmos y dejando en el camino una vez que penetran los jirones de unos símbolos que se usurpan y que se tergiversan y cuando no se difuminan en el tiempo histórico de los pueblos.

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Por la senda de la aculturización muchos pueblos han desaparecido, han dejado de ser y cuando ha pasado algún tiempo quieren recrearse sobre sí mismos, se percatan que han desaparecido, que han quedado como meros esqueletos de una historia de la que ni siquiera han sido protagonistas de su propia destrucción.

Los pueblos que no han sido capaces de saber por donde van y carecen de una visión de su futuro se han quedado en la cuneta. Así, pensar Canarias se hace difícil aún desde el punto de vista intelectual, ya que no se sabe a ciencia cierta si lo hacemos desde una estructura consolidada o si es prestada, hipotecada, que promueve, se tambaleen los cimientos de una historia que da la impresión está cogida con "pinzas".

Defender la cultura se hace necesario. Pero hay que tener bien claro de que estamos hablando y saber que los símbolos que permanecen en ella incrustados no se deben violentar, y si alguna vez se encuentran en peligro, no habrá otra alternativa que inventar otros desde dentro, desde una perspectiva propia, ya que de esa manera se dará un paso hacia delante eludiendo el vacío.

Los pueblos que se diferencian y definen desde su espacio cultural tocan con los dedos un mejor futuro al reavivar su presente. Si no fuera así se estaría  dando tumbos hacia unos horizontes que se pierden porque la mirada, si existe, es apagada, mortecina que confunde el folclorismo con la esencia cultural de los pueblos.

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Por Juan Jesús Ayala.

Ante el esperpento hermenéutico que se está, produciendo en referencia a las conversaciones entre, aparentemente, Junts y el PSOE, sobre las posibilidades de continuar Sánchez como presidente del Gobierno y aceptar la totalidad de las exigencias del líder catalán, da la sensación que todo es, y ha sido, puro montaje, un exceso de egocentrismo televisivo para buscar el despiste y tenernos pendientes de una cuestión que está más que resuelta sería necesario que Umberto Eco a través de sus investigaciones sobre comunicación humana nos dijera qué realidad se mueve en este entresijo donde la mentira se ha elevado a la más alta categoría política.

Si nos atenemos a los signos, a la semiologia y a la semiótica, necesitaríamos la ayuda del sabio para poder diagnosticar la enfermedad... Porque entiendo que es una situación patológica-social la que se está padeciendo.

Ante este panorama de ambigüedades que rodean la contundencia de un día, si y otro también sobre a cuestiones que son imposibles, se necesitará a Umberto Eco para que desarrolle con más tino y certeza en que clase de timo político nos encontramos.

 Aunque en la distancia, me considero cercano a él, sobre todo, cuando trabajamos sus Lecciones de Semiótica explicadas por, José María Chamorro, lo que motiva que uno se quede impávido por la falta de respeto a miles de ciudadanos que permanecen con un cabreo de mil pares de narices ante el espectáculo bochornoso que nos han brindado, y brindan, nuestros preclaros políticos. Y lo que aún nos quedará por ver.

Cuestión esta que pone en evidencia la falta de líderes de talla intelectual adecuados a cuestiones que se presentan imprevisibles y que para solucionarlos, si es que pueden, están detrás de la cortina y del contubernio más recalcitrante.

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Se ha hecho de la política un circo televisivo sin importarles que esto sea así, con una prepotencia estólida por parte de los que continúan en este desaguisado, como los que se han descolgado de él.

Y como subraya Umberto Eco, es el mundo de la televisión lo que domina, y lo importante es que se acerquen a él, aunque sea de protagonista de un día o de un minuto. Lo que importa es que los vean, que los conozcan, aunque sean colaboradores del vacío. 

 En ese momento ya se es alguien, se es conocido, aunque sea de manera fugaz, y no digamos nada cuando esta presencia se prodiga un día sí y otro también arrastrado por un chorro de palabras, aunque sean simplonas y exentas de contenido. Y en esas estamos.

Por lo que estas cuestiones donde todo se retuerce desde la ambigüedad de las palabras y del eufemismo que las acompaña en posiciones que se cambian, trastocando conceptos, apostando por otros nuevos, por ejemplo, poniendo en liza términos de alta carga jurídica ,que la verdad deja a uno algo asombrado al comprobar la velocidad irracional con la que lo definen y cambian su concepto sin importarles un pimiento.

Cuando aparecen los fárragos, los disimulos y se asume más bien el papel de un actor que estudia todos sus ademanes, mide sus palabras, las que le han dicho,como las que tiene que pronunciar próximamente, hasta como caminas o como te sientas, da la sensación que estamos pisando no solo el umbral del sainete sino del disparate político.

Quizás Umberto Eco nos enfatice una vez más que los signos son creados por el hombre para representación de otra cosa... Todo signo significa “algo” por convicción.

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Por Juan Jesús Ayala.

Freud retomando una expresión de Goethe, escribe que no hay nada más difícil de soportar que una sucesión ininterrumpida de tres días muy buenos; hay que llegar deprisa, sin pausa alguna.

La desesperación no sería considerada como un extremo de la desgracia o del abatimiento depresivo del suicida; es más bien el ciclo contrario, el grado cero de la esperanza, la ausencia de perspectiva.

Y la esperanza infunde cierto temor, Spinoza en la Éica ya nos comenta, "no hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza". Por otro lado, y en el afán de encontrar apoyos argumentales al mencionado anteriormente por Freud, Jules Renard, escribe, "no deseo nada del pasado; ya no cuento con el futuro, el presente me basta. Soy un hombre feliz".

O sea, la desesperación nos lleva no a proyectarnos, no a dinamizarmos en el tiempo, sino a acortar los tiempos, a mirar ni a mañana, ni a otro día. Desesperadamente, se proyecta uno mejor sobre sí mismo.

No cabe duda que habrá personas que puedan ahorrarse la desesperación, que intenten volver al pasado, recrearse en él y verse proyectado en un futuro que pretenden reconstruir hasta con las mismas imágenes y verse de nuevo reflejados en páginas nuevas, y no en aquellas que quedaron atrás, sepultadas por la memoria del tiempo.

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Con la desesperación lo que se obtiene es la ausencia de frustración y la patología que puede venir asociada al no obtener el objetivo. Vivir con desesperación es legar al momento, atraparlo y sacarle todas las consecuencias y las potencialidades que pose, y que el mérito, si es que hay alguno, está en encontrarlas, en saber buscarlas.

Vivir en la desesperanza puede ser bueno; de momento es la moda. Veremos si se consolida, si se extiende en el tiempo y no cede a las presiones del nihilismo que está tocando a su puerta con el puño de una historia pasada que intenta descomponer las piezas de la personalidad para modelarlas a su antojo; y para hacer de las voluntades un paradigma de una sociedad tambaleante.

La voluntad, y recordando a Schopenhauer, puede ser el motor que impulse al ser humano más allá de sus vivencias cotidianas y sea forjadora de un hombre nuevo, con sus ventajas e inconvenientes No se sabe.

Al final de todo, de elucubraciones en un sentido u en otro de filósofos y de sociólogos refleja que legar a un diagnóstico certero de la realidad social se hace complicado, pero al menos las evidencias nos hacen pensar que el ser humano esta en una encrucijada plena de ambigūedades, que hace se deje conducir por los trampeantes de la verdad que apremian a que lo que haya que hacer se haga hoy y no dejarlo para mañana. Mañana será demasiado tarde.