Ana Ávila*/Un frío día de invierno, el 27 de diciembre de 1868, se celebró una misa en Valverde, preludio de un hecho significativo para su historia, la bendición de su cementerio. Una procesión encabezada por el párroco rector insular, Andrés de Candelaria, y las autoridades municipales, se encaminó a las afueras del caserío a fin de llevar a cabo la solemne bendición. Siendo tal día el de la festividad de san Juan Evangelista, el cementerio se puso bajo su advocación. Precisamente, el nombre de otro de los santos Juanes, es decir, san Juan Bautista, daba identidad la zona donde se emplazaba el cementerio, la cual estaba vinculada a la ya entonces desaparecida ermita del Bautista. 

 

El cementerio se construyó en el lado opuesto a la ermita de Santiago apóstol, cuyo entorno funcionaba como camposanto, y vino a aportar a Valverde un elemento asociado a las urbes contemporáneas, el de la higiene pública. Desde la aparición de esta nueva tipología arquitectónica, el cementerio forma parte del ornato de las ciudades y villas. El de Valverde quedaría definido mediante un alto muro perimetral, con una entrada de acceso fechada en 1876. Si este es el año de la Constitución española promulgada por Cánovas del Castillo y de la finalización de las guerras carlistas, el de la bendición del cementerio coincide con la Revolución de 1868, una sublevación militar con elementos civiles que implicó el destronamiento de Isabel II y el inicio del Sexenio Democrático. Desde el punto de vista diocesano, con el nombramiento de José María Urquinaona y Bidot como obispo de Canarias.

María Antonia Hernández Rocha, de 65 años, según consta en el acta de defunción, fue la primera persona que recibió cristiana sepultura en el recién inaugurado cementerio. El hecho ocurrió el 1 de enero de 1869, al día siguiente de su fallecimiento. Casada con Casimiro Martín Casañas, era hija de Alonso Hernández Ramírez y Catalina Rocha de Acosta, siendo su abuelo materno, Domingo Mariano Rocha, capitán de Milicias. Natural de La Palma, en la década de los setenta del siglo XVIII inicia su descendencia en la isla herreña con Antonia de Acosta Martel, con quien también tuvo otra hija llamada Catalina, María Antonia, Cristóbal, Juana y Juan Antonio, quienes, a su vez, diseminaron el apellido en Valverde.

Independientemente del hecho descrito, como todo cementerio, el de La Villa es un espacio colectivo, de carácter social e histórico, en donde descansan eternamente muchos herreños, ya sean enterrados bajo tierra como depositados en los nichos, aunque también es un lugar donde aflora el sentimiento a título individual al recordar a nuestros seres queridos.

*Ana Ávila, Profesora Titular de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid

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