Ana Ávila*

Cristo a la columna se vincula a uno de los momentos de su pasión, cuando en Jerusalén fue conducido ante Poncio Pilato, prefecto de la provincia romana de Judea, a fin de ser juzgado. Tal como indican los evangelistas Mateo (20, 19 y 27, 28), Marcos (15, 15) y Juan (19,1), azotarle fue el inicio de su agónico castigo previo a la crucifixión. La imagen que se conserva en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Concepción, Valverde (El Hierro) [Fig. 1], representa el final de aquel maltrato cuando Cristo, una vez despojado de sus vestiduras -tan solo se cubre con el paño de pureza-, ha sido flagelado, después de que sus manos hubieran sido atadas con una cuerda amarrada a una argolla, enclavada en un balaustre, soporte ausente en los textos bíblicos y que forma parte de la iconografía, si bien la columna cilíndrica (parte de la residencia del procurador), o, simplemente, parte del fuste, es otro de sus elementos identitarios.

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[Fig. 1] Atribuida a Benito de Hita y Castillo (1714-1784), Cristo atado a la columna, último tercio del s. XVIII, Valverde, iglesia de Nuestra Señora de la Concepción (Foto: Eusebio Díaz Fleitas, después de la restauración efectuada por Pablo F. Amador).

En 2012 estudiamos esta pieza en Isla de El Hierro. Patrimonio artístico religioso (Canarias, Gobierno de Canarias; Valverde, Ayuntamiento de Valverde, págs. 207-211), la cual debemos tenerla por una de las esculturas de mayor valor artístico de la isla. Su cronología correspondería al último tercio del siglo XVIII, si bien no hay datos certeros de cómo ingresó en la parroquia, donde consta, al menos desde 1777, que existía interés hacia esta advocación. Dacio Darias en Noticias generales históricas sobre la isla del Hierro, una de las Canarias (1929) asoció la talla con Juan Santiago Guadarrama Frías y Espinosa, capitán y regidor de la isla, en base a que se menciona “Un nicho con una imagen del Señor a la columna” entre sus bienes embargados en 1785, tras apertura de expediente a quienes de un modo u otro estuvieron ligados a la denominada matanza de Naos (1784). Indiscutiblemente, su destino más apropiado sería la iglesia parroquial, en esos momentos, la única existente en la isla. Aunque resulte sospechoso que en el ámbito doméstico alguien tuviera una imagen de tal envergadura física, las posibilidades económicas y los contactos de la familia pudieron posibilitarlo. Su propietario era hijo del alférez y regidor de la isla, Diego de Guadarrama Frías y Espinosa, y de Mariana Teresa de Villavicencio, quienes fundaron la capilla del Buen Pastor, con imagen propia, en el convento franciscano. Contrajo matrimonio en dos ocasiones: la primera, con María Padrón Espinosa (en otras ocasiones, como Payba y, también, Frías), de quien tuvo a María Antonia (h. 1732) (esposada con Miguel de Ayala Barreda) y a Diego Norberto (o Diego Santiago) (h. 1739 o 1742), casado con Rosa de Magdaleno. La segunda fue con María Gabriela Fernández-Payva (hija del teniente coronel Antonio Fernández-Payva), de cuyo matrimonio nacieron Rafaela Antonia (h. 1747) -casada con José Felipe Magdaleno Padrón-, Francisca María de la Concepción (h. 1750) -esposada con Nicolás Antonio Barrera o Barreda- y Bernarda Antonia (casada en 1777 con Pedro Pío Guadarrama). Juan Santiago Guadarrama sobrevivió unos cuantos años más al citado hecho luctuoso, puesto que falleció el 7 de diciembre de 1789, con 67 años, se especifica en su partida de defunción (Archivo Parroquial de Valverde, Defunciones, 2, fol. 109 v).

En cuanto a la procedencia de la pieza, Dacio Darias había indicado el origen genovés, no basándose en datos documentales ni en planteamientos artísticos, sino en un estribillo popular y en la aseveración de una nieta, María de la Barrreda y Magdaleno, quien, por otra parte, no era tal, si acaso, biznieta, al coincidir los apellidos con el de su nieto, Ciriaco Miguel de la Concepción de la Barreda Guadarrama, y el de su mujer, Mariana Magdaleno Frías. Tal como indicamos en nuestro libro antes citado, estudiosos sobre la escultura en Canarias la consideran una talla tan próxima al hacer de Benito de Hita y Castillo, activo en Andalucía (de quien se conserva otras obras en Canarias), que se la adjudican (Juan Alejandro Lorenzo Lima, “Arte y comercio a finales de la época moderna. Notas para un estudio de la escultura sevillana en Canarias (1770-1800)”, Anuario de Estudios Atlánticos, 2018, nº 64, pp. 1-57). Su presencia y ejecución conectan con el ejemplar atribuido por José Roda Peña al mismo autor, conservado en la parroquia de Santiago apóstol, de Hinojos (Huelva) -antiguo Cristo de la Hermandad sevillana de las Cigarreras-, cuyo cuerpo muestra las marcas de los azotes, desde donde brota abundantemente la sangre, líquido que salpica espalda, pechos y extremidades [Figs. 2, 3].

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[Fig. 2] Atribuida a Benito de Hita y Castillo (1714-1784), Cristo atado a la columna, último tercio del s. XVIII, Hinojos, Huelva, parroquia de Santiago apóstol (Foto: Enrique Gutiérrez Carrasquilla, su restaurador).

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[Fig. 3] Atribuida a Benito de Hita y Castillo (1714-1784), Cristo atado a la columna, último tercio del s. XVIII, Hinojos, Huelva, parroquia de Santiago apóstol (Foto: Víctor Manuel Bocanegra).

La ilustración con la que reproducimos la pieza herreña en nuestro libro [Fig. 4], no corresponde a su estado actual, tras su restauración en torno a 2001. Sabemos que hacia 1942 fue intervenida y, probablemente, aquel sea el resultado, o bien, el de una fecha próxima a 1929, cuando se reproduce en el libro de Dacio Darias (p. 463): apenas se aprecia el rojo de la sangre y las heridas de los azotes que debían recorrer el cuerpo de Jesús. La comparación con la situación actual es absolutamente drástica: marcado por muchas heridas, de estas emergen hilos y chorros de sangre que resbalan por cuello, pecho, costado, caderas, muslos y piernas, ofreciendo una imagen sufriente al extremo. En estos momentos añadimos a la complejidad de la pieza lo que creemos que es su primera reproducción fotográfica, previa a 1926, año del fallecimiento de su autor, Matías Padrón Padrón, nacido en Valverde en 1854, también aficionado a la pintura [Fig. 5]. No se constata ninguna modificación física en la escultura, siendo, no obstante, otras la soga y la argolla que la mantiene atada al balaustre. La divergencia estriba sustancialmente en su policromía. Se aprecian salpicaduras de sangre en el rostro, mientras que, por el pecho, costado, caderas y piernas, resbalan filamentos de sangre de corto desarrollo; en cualquier caso, tanto por el hecho de que aparenta ser mínima la cantidad de sangre como por el recorrido del líquido vertido, se trata de una policromía diametralmente opuesta a la situación actual. Como sabemos, Matías Padrón también intervino en piezas religiosas de la isla: así, consta que en 1904 policromó y barnizó la Virgen de los Reyes, quien sabe si también pretendió mitigar de alguna manera el carácter sufriente de este Cristo, siendo los cambios de gusto habituales en la escena de la práctica artística. Por los años veinte, en Valverde también hacía trabajos de este tipo Francisco Ramos Ramos (1886-1937), un empleado de Hacienda de origen lagunero casado en 1914 con una herreña, quien también practicaba la pintura.

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[Fig. 4] Atribuida a Benito de Hita y Castillo (1714-1784), Cristo atado a la columna, último tercio del s. XVIII, Valverde, iglesia de Nuestra Señora de la Concepción (antes de la restauración).

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[Fig. 5] Cristo atado a la columna, de iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, Valverde, fotografiado por Matías Padrón Padrón (1854-1926), Valverde, colección de María José Padrón Galán.

Podemos decir que es rara la temática sacra en la producción fotográfica de Matías Padrón, casi centrada en el retrato (Ana Ávila, Fotografía y sociedad en la isla de El Hierro a través de la cámara de Matías Padrón (1854-1926), Canarias, Gobierno de Canarias, 2015, y Fotografías de Matías Padrón Padrón (1854-926). Imágenes de la sociedad herreña, Canarias, Gobierno de Canarias-Valverde, Cabildo Insular, 2019). Tan solo cinco de sus fotografías captan alguna imagen religiosa, tres de la Virgen de los Reyes, una de Nuestra Señora de la Concepción y otra del Cristo a la columna que hemos mencionado, nueva incorporación a su catálogo. Tres están reproducidas en el libro de Dacio Darias (quien ignora su autoría), de un total de nueve con esta iconografía. En la del Cristo a la columna se aprecia el entorno físico, correspondiente a la sacristía de la iglesia parroquial de Valverde. Se trata del único ejemplar que conocemos, sobriamente enmarcado, que siempre ha permanecido en el entorno familiar del autor, finalmente, en el de una de sus nietas.

La década de los ochenta también fue testigo de la llegada a El Hierro de otra imagen de procedencia sevillana, Nuestra Señora de la Concepción, atribuida a Blas Molner (Valencia, 1837-Sevilla, 1812), pieza que en 1789 ya se encontraba en la isla, gestionada por el herreño Francisco Antonio de Frías y Fernández-Salazar a través de la casa Cólogan, quien había destacado en su labor de sacerdote en la parroquia de San Juan Bautista de La Orotava entre 1771 y 1787 (María del Carmen Fraga, “La casa comercial Cólogan y las adquisiciones en torno a 1800”, Actas del XII Coloquio de Historia Canario Americana, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 1998, II, pp. 203-218; Juan Alejandro Lorenzo Lima, “Productos del comercio y el patrocinio eclesiástico: otras esculturas atribuidas a Blas Molner en Canarias”, Laboratorio de Arte, 2018, nº 30, pp. 319-340). Lamentablemente, las intervenciones de que ha sido objeto han desvirtuado el carácter primigenio de la policromía de esta monumental talla, como en tantas otras que se asientan en los retablos de la isla. Por esas fechas debía ser espectacular el templo de Valverde, poco tiempo después de su reconstrucción entre 1755 y 1769: estructurado mediante columnas de cantería cilíndricas extraordinariamente altas, al entrar, los fieles debían santiguarse con el agua de grandes pilas marmóreas (1760) de procedencia gaditana.

*Profesora Titular de la Universidad Autónoma de Madrid.