Emilio Hernández/Pendientes a los gráficos que señalan los sismos, los herreños descubrieron la madrugada del diez de octubre de 2011, que algo había cambiado, las gráficas del IGN reflejaban un extraño comportamiento, que luego se incorporaría al léxico popular, tremor, para los científicos el significado era otro, la señal inequívoca de que se estaba produciendo una erupción,

Los primeros vuelos sobre las aguas del sur de El Hierro comenzaron a revelar la existencia de peces muertos y una decoloración azul turquesa del mar, pronto se confirmo a simple vista lo que los datos científicos auguraban, había una erupción en marcha, nació junto con el tremor, la mancha, también llegaron las restingolitas, el burbujeo y la esperanza de verlo crecer más allá de la superficie.

Todo aquello se resume hoy en Tagoro, nacido a 400 metros de profundidad, que en 6 meses de erupción alcanzó los 312 metros de altura, quedando a 89 metros de la superficie.

La erupción sembró incertidumbre, la evidencia de que no estábamos preparados, ni en El Hiero ni en Canarias, que se produjo entre bastidores una pelea política y científica, que no se trató ni difundió la información con rigor y profesionalidad, pero también, que lo que parecía un desastre para la flora y fauna marina herreña acabaría en un corto espacio de tiempo en una explosión de vida.

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