Por Juan Jesús Ayala.
El mito representa en su doble condición de paradigma e historia una remisión reveladora a la vida humana. Los mitos funcionan como símbolos y señales de nuestra propia humanidad que permiten no solo reconocer el entorno en el que nos movemos, sino también reconocernos. El mito viene a ser una línea de vida, una figura del futuro antes que una fábula fósil. Ortega y Gasset nos llega a decir: “ El hombre no es una cosa, sino un drama, un acto. La vida es un gerundio no un participio, es un “fasciendum”.El hombre no tiene naturaleza, tiene historia”.El mito nos induce a la reflexión porque sin querer nos vemos reflejados en espejos no tan diamantinos, pero que en las melladuras que hacen perder nitidez al menos si logramos vernos aunque sea borrosos.
Tántalo no vive más que para la justificación de sus deseos corporales, de aquello que le conduce al crimen y al asesinato. Pero que a pesar de ello y no por la vía del arrepentimiento, Tántalo quiere elevarse , sublimarse por encima de los demás y con el pretexto del arrepentimiento sentarse junto a los dioses, ser como ellos, o mejor, si cabe.
Tántalo es admitido por los dioses y queriendo ser como ellos los invita a un festín prometiéndoles delicias desconocidas aunque para conseguirlo tenga que dar muerte a su hijo para servirlo en la mesa de los dioses. Pero los dioses se dan cuenta de la trama, se lo sacuden de encima y lo conducen al ostracismo.
Lo que se extrae de esta simbología es que hay muchos que pretenden igualarse a la divinidad y es como una obsesión rayana en lo patológico que les persigue durante toda su vida. Tántalos desde el mito que lo encarna hay montones que desde cualquier ángulo de su cotidianidad desconocen hasta su verdadera esencia y desde un desvío anormal asumen una sublimación que no alcanzan, pero lo intentan y se lo creen.
Tántalo es una variable de la personalidad que está ahí, que pulula por cualquier recoveco del espacio público y que es capaz de cualquier cosa con tal de alcanzar la gloria. Y el mito de Tántalo es un mito vivo, que funciona en cualquier calle y en muchos espacios enmoquetados. Funciona, además, no solo en el ámbito del entorno, sino desde dentro, desde personas sometidas a la influencia del desconcierto, de la pérdida de referentes, de no saber que se es, pudiendo terminar en la desaparición como ente, como espécimen que tenga algún parecido al humanoide.
Además, Tántalo, a veces desde su locura manifiesta, desde su palpable esquizofrenia ya no encuentra para ser el mal satisfacción alguna sino es desde los templos de la alucinación. No es tampoco que pensemos en don Quijote que confundió los molinos de viento con gigantes, pero si que desde esa alucinación, la sombra de la locura jamás le abandona.
La locura es la que termina por acoger a los que confundiéndose así mismos, y siendo reflejos de la nada discurren por el mundo donde permanecen ateridos y amarrados a los barrotes de la miseria hasta el final de los tiempos.
Sin embargo, El Poder y la Gloria, alejándonos de la novela de Graham Greenen se volatiliza , se esfuma para la mayoría que llegan y que transitan por los espacios del anonimato a excepción de los que circulan por las puertas giratorias creyéndose desde sus suculentas cuentas corrientes que la gloria y el poder nos les ha abandonado, aunque estén en un mundo paralelo sin apartarse del mito de Täntalo.