Por Juan Jesús Ayala
La rodadera del Jorado en el Tamaduste es una de las señas de identidad del lugar que a lo largo de su historia ha sido motivo de innumerables anécdotas, así como también el mejor atajo que se podía coger para acortar el trayecto que trascurría desde Valverde hasta el Tamaduste.
En el viejo tiempo la carretera que unía los dos pueblos era de tierra que malamente servia para que los pocos y muy usados vehículos que había en la isla por ella transitaran , de tal manera que por donde la mayoría de la gente caminábamos, incluido las “mudadas” para el veraneo, eran dos, el “Jable” y el Jorado. Por el Jable, el cual está hoy desnaturalizado y desdibujado, por no decir desaparecido, se bajaba iniciando el trayecto desde “Asabamos” con las bestias de carga o con las alforjas al hombro hasta llegar a la Asomada Alta, que una vez que nos adentrábamos en sus veredas de piedras sueltas hasta bordear el mayestático Roque de Las Campanas, ya se podía decir que habíamos llegado a nuestro destino.
Sin embargo, por donde se acortaba el trayecto de manera considerable era por el Jorado ya que si por el Jable se tardaba poco mas o menos una hora en bajarlo, por el Jorado se hacia en 15 minutos, porque su trayecto nos incitaba a correr. Para meternos en él se eludía el camino tradicional adentrándonos en los linderos de la finca de Pepe Piz, personaje enigmático al que veíamos alrededor de su vivienda entre viñedos e higueras, pero siempre desde la lejanía. Cuando a los pocos minutos dejábamos atrás el Roque “Las Pozas” ya estábamos en la embocadura de la montaña y dispuestos a llegar a la rodadera del Jorado, que lo podíamos hacer de dos maneras; o continuar bordeando el abismo, siempre difícil y abrupto o metiéndonos por el “agujero”, que nos situaba en un par de segundos en el inicio de la bajada.
Sin embargo, lo que nos entusiasmaba y que implicaba una temeridad ciertamente peligrosa, era lo del “agujero”, donde malamente cabía una persona pero que tras hacernos un jerigonce con el cuerpo y un par de quiebros estábamos ya en el inicio de la carrera Jorado abajo También se podía hacer el recorrido al revés, de abajo hacia arriba, para volver a meternos en el “agujero” pero ahora con una nueva perspectiva, que era más bien como motivo de alguna tradición festera o de competición veraniega, lo que se continua en la actualidad llegando a la meta dando gritos de satisfacción al comprobar de todo lo que se fue capaz de realizar a pesar que la inercia producía tener cuidado porque la tierra colorada y suelta nos incitaba a dar un paso adelante y dos atrás.
El “agujero”, pasar por él era un reto para la juventud del momento, es más te podías considerar un adulto si se era capaz de tamaña proeza. Si bien es verdad que cuando éramos varios los que correteábamos por la rodadera llegábamos al final llenos de polvo, con las alpargatas en la mano para no estropearlas y poniéndonos el bañador en cualquier refugio del “barranquillo” nos zambullíamos en el agua salada del “río” para refrescarnos y quitarnos el polvo del camino.
El “ agujero” fue nuestra salvación durante algunos veranos , puesto que teníamos que desplazarnos hasta Valverde Jable arriba porque nos había quedado alguna asignatura pendiente para Septiembre de la que nos daba clase el bueno de Guillermo Panizo en su casa de El Cabo, y que una vez terminada, el tiempo se nos hacia corto y teníamos que correr para llegar a lo que más nos entusiasmaba que era el baño de las 12, y para llegar a esa hora la solución estaba en pasar por el “agujero”.
El Jorado del Tamaduste es recuerdo de un cataclismo estremecedor traducido en la lava que desde la montaña Colorada , corrió rodadera abajo quedándose incrustada en los picachos del Malpaís, abarcando desde los Cantiles hasta el Roque de las Gaviotas y que atrás nos dejó la oquedad del “agujero” por donde pasaron un sin fin de aventuras y de encuentros siempre deseados.