Por Juan Jesús Ayala.

La indiferencia es un estado de animo en que no se siente inclinación ni repugnancia por algo, sea una persona, un objeto, tema o asunto determinados, además, se puede considerar en el ámbito mas intimo uno de los peores tratos que puede sufrir el ser humano como un sentimiento que en realidad motiva cierto miedo” lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”. Para Elie Wiesel, escritor rumano superviviente  de los campos de concentración que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1986, dice que la sociedad que le tocó vivir estaba compuesta por tres sencillas categorías: los asesinos, las víctimas y los indiferentes. La indiferencia es un estado extraño en el cual las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer se funden.

La indiferencia es contraría a la responsabilidad social y se verifica actualmente como un síntoma social mas que preocupante. La sociedad camina por andurriales que no son los deseables, de ahí que las componendas que se atraviesan son desplazadas sin la fuerza de un activismo consecuente o se arrinconan hasta la pudrición en el fondo de la indiferencia.

Se dice  con harta frecuencia ante acontecimientos donde se juega con la vida y aparece la muerte y desolación como que “esto no va conmigo”. Las guerras que azotan a gran parte de la humanidad se ven lejanas como si a nosotros esos ramalazos de violencia consentida no llegaran, son otros los que deben sufrirlas sin saber por qué, lo que ocasiona que sea la indiferencia la meta, la que  conforta y aleja.

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En el ámbito del bienestar social enmarcado en una economía mundial que va camino de la descapitalización y desvitalización nos enfurecemos con nosotros mismos ante las propagandas comunicativas-televisivas o por los comentarios de los que pretenden camuflar su actitud de máxima responsabilidad como sin fueran un dios menor sin percatarse que son actores de un sainete que han escrito su argumento desde la sumisión, y desde el negocio mas escandaloso  que puede existir que es el que producen las guerras. Donde hay guerra, hay  trampa y cartón y los  que no son artífices del desaguisado originado, que son la inmensa mayoría de los mortales, se quedan en el ámbito de la indiferencia  como la única defensa que  pudieran tener y esgrimir.

Y es que por encima de este magma incomprensivo de desazón e inconsecuencia, donde los políticos dicen y dicen y el capital refundido en las grandes empresas y bancos ganan lo indecible, a ras de tierra sigue funcionando la búsqueda del hambre y el  amparo de muchos que lo único que encuentran dentro de si es  dar la espalda a la realidad.

Ante esto se ha instaurado un paradigma inmunológico social que se construye como defensa a ultranza que está inundando la cultura social convirtiéndola en antisocial en ese afán de protegernos que hace se enfrente la realidad que nos presentan como definitiva y hasta impertérrita, que no acaba motivando que   tengamos que poner distancia porque la insatisfacción manda, la mentira o las falsas verdades se entronizan y el único refugio construido por este paradigma y meta de nuevo estilo sea la indiferencia con todo lo que arrastra de perverso y antisocial que lleva dentro de si.