Por Juan Jesús Ayala.
El Jable hace tiempo no es lo que era con sus veredas formadas por las bestias de carga que lo recorrían o simplemente por los que se acercaban desde la Villa hasta el Tamaduste o viceversa. Los zig-zag de su trayecto se han difuminado ya que se ha hecho un mazacote por medio de grandes traviesas de madera que funcionan como escalones, donde la rodadera es lo que predomina haciendo de este paisaje entrañable un verdadero esperpento que en nada tiene que ver con su original naturaleza de años.
Saliendo de Valverde se llega a su cabecera una vez que trasponíamos Asabanos donde lo más significativo era el cuartel de los soldados y un tramo mas abajo por un camino pedregoso, este se termina metiéndonos de lleno en el Jable. Iniciando el trayecto ya se podía ver a lo lejos el camino que conducía al Tejal con sus fincas de viña donde el espacio era ancho y lo pasábamos con menos dificultad cogiendo esas veredas ” prefabricadas” por su uso.
Y cuando se dejaba atrás la finca de viña e higueras como la casa que paralelamente nos acompañaba de don Pepe Piz se entraba en un tramo estrecho de terreno, como si fuera una carretera apisonada y protegida por paredes de lava donde destaca el Roque de las Pozas, llamado así por algunos huecos o pozas pequeñas que había en su cubierta y que mas de una vez cuando subíamos desde el Tamaduste a Valverde con un sol de justicia y la sed nos acompañaba pensábamos que la podíamos mitigar cuando llegáramos al Roque, pero ni por esas, no había indicios de agua alguna, mas que otra cosa era la virtualidad y lo mítico lo que lo definía.
Pasando este tramo del camino se llega a una perfecta atalaya donde se divisa con todo su amplitud la Asomada Alta y la montaña de Amacas, donde acercándonos con cierto cuidado una vez que habíamos dejado atrás el camino del Jable la vista baja hacia el fondo donde se contemplan las casas y el malpaís del Tamaduste. Reanudando entonces un nuevo camino de piedras sueltas que nos llevaba hasta el Roque de las Campanas conduciéndonos a la carretera por donde algún que otro vehículo por ella circulaba.
Recuerdo a el camino del Jable con su arena negra como vestigio del volcán que fue testigo de correrías porque por su plataforma empinada se favorecieron muchos encuentros, que si bien bajarlo era cómodo ya que la inercia de la pendiente nos impulsaba, también era novedoso ciertos días, como los de “mudada” y la víspera de San Juan para celebrar la fiesta del santo.
Camino el del Jable hoy no transitado que en su momento era casi el único sendero obligado para unir dos pueblos y a los labradores del entorno, a la vez que tuvo carácter emblemático como portador de muchas historias y de algún que otro malestar que nos producía el subirlo hasta Valverde para que el bueno de Guillermo Panizo nos diera clase por los suspensos de matemáticas del profesor Enrique Juan que volvía en septiembre a examinarnos de nuevo y al que temíamos porque era un hueso duro de roer.
Camino que no debe quedarse atrás, debiera impulsarse como sendero turístico dando testimonio de un paraje por donde transitaban la mayoría de las personas para favorecer encuentros todos ellos deseados.