Por Juan Jesús Ayala.
Las nochebuenas, los días 24 de diciembre de nuestra infancia en la isla de El Hierro y mas concretamente en Valverde no tienen nada que ver con las celebradas actualmente. Siempre era una fecha entrañable cargada de magia y de entusiasmo aunque llegáramos a altas horas a la cama muertos de sueño.
Era una noche bullanguera que contrastaba con lo mortecino de las calles del día a día; para empezar se apagaban las luces de las calles y de las casas no a las once como era costumbre sino que el “aviso” se daba a las dos de la madrugada puesto que los bares estaban abiertos hasta esa hora y había gente paseando como nunca.
Generalmente la noches del 24 eran frías, con ese hielo invernal de Valverde que se mete por los huesos que aunque nos hiciera tiritar lo soportábamos estoicamente hasta llegar a la iglesia de la Concepción a las 12 donde se oficiaba la misa del Gallo; aunque muchos se mantenían en los bares hasta esa hora o degustando algún que otro tente en pie en sus casas ; pero lo mas corriente ,sobre todo, cuando había niños chicos se esperaba a que llegara a esa hora aunque ya con los párpados prácticamente caídos.
Otros, a las 10 se iban al cine Álamo porque esa noche estrenaba película de lujo, sesión que terminaba poco antes de las doce y ya se iba de corrido hacia la iglesia para la misa que esperaba, y que nos deleitaba, sobre todo los villancicos del coro magistralmente dirigido por el siempre recordado, Paco Méndez, y su esposa Lucrecia, y luego había que ir de uno en uno a besar la imagen del niño Jesús que soportaba en sus brazos el arcipreste del momento.
A la salida de la misa muchos ya se quedaban alelados y otros entretenidos en los bares como el de los Reyes el Armiche, el Jinama donde en sus mostradores destacaban lo que habían horneado los panaderos don Aniceto, Santiago, don Estanislao o don Valentín, como los mantecados, las magdalenas los merengues o las quesadillas. Algunos accedían a estos manjares pero otros los íbamos a encontrar en nuestras casas porque eran días de golosinas, y cuando no, siempre te esperaba una naranja grande que se pelaba bien que la llamábamos de “guasi” o de “ombligo”.
Los días 24 eran días de jolgorio y siempre los esperábamos como la novedad perenne de nuestras vidas durante un año que se hacia infinito, y largo. Lo cierto que caíamos en la cama como troncos a la espera del dia siguiente, el 25, el cual también tenia su ritual.
Para nosotros era el día en el que teníamos que visitar a abuelos o tíos para felicitarles las Pascuas , pero siempre con la intención que nos dieran alguna peseta con lo que podíamos comprar peladillas, regalía o “dulces” como ir al cine de las 4 de la tarde acompañados por chicos que se habían desplazado desde le Mocanal.
El día anterior, se había sacrificado una gallina para el caldo y la comida del 25 con aquellas papas doradas y carne también del mismo color que la gente mayor degustaba con algún que otro vaso de vino del mosto que se había vendimiado en Septiembre.
En fin vitalidades de cada cual que recordarlas es satisfactorio porque se siente en el animo como una gratificación intima de haber pasado en esa época infantil por fechas memorables que nos proporcionaban entusiasmo y que ningún día 24 y 25 dejo de ser novedad. Siempre fueron distintos y siempre esperados.