Por Juan Jesús Ayala.

Se dice del reloj que es nuestro enemigo permanente. Se le define como el tiempo encarcelado. El grillete en la muñeca. Y el tiempo, al faltarnos, no cabe duda  que está de manera brutal acabando con el mismo tiempo. Entre mas deprisa se vive, menos se disfruta de la vida. Entre mas apego tenemos por las cuestiones que consideramos importantes para sobrevivir, pobre canto le hacemos a la vida. Es como si nos metiéramos en el disparadero de los ultimátum. Vivir así, sin tener tiempo para nada, de espaldas al ocio, o solo usar este para mantenerse en forma para seguir batallando y persiguiendo a veces ni se sabe qué, es un canto a la  desaparición, es un retroceso a la vida. Y, sobre todo, cuando ya no hay tiempo de nada, cuando este si  que se nos escapa es cuando nos echamos manos a la cabeza y nos hace decir “que estúpidos hemos sido, hemos vivido a toda velocidad para nada, para llegar a ningún sitio”.

Hay pues que tender a la “desaceleración”, dejar de robotizarse, y desde los ángulos  torpes del postmodernismo barato, dejar atrás ciertos irracionalismos y volver al hombre del tiempo que queremos sea actual. La velocidad mata, la velocidad ciega y además, con ella no disfrutamos ni de los paisajes, ni de las escenas de la vida y menos aun de todo aquello que nos seduce y que le damos de lado, sin enterarnos.

La lentitud es necesaria .En ella se deposita el pensamiento y la sabiduría de comprender lo que hay de bueno en los espacios vitales por donde transitamos .Si apretamos el acelerador tendremos el peligro de irnos por un barranco, no enterarnos de la misa la mitad, y ,sobre todo, que nos sentiremos como extranjeros de si mismos; que un día queremos pararnos y no podríamos porque la carrerilla que henos cogido es tanta que no podemos.

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Hay que procurar darle la vuelta al  viejo dicho que se decía “que el tiempo es vida”, que el tiempo es lo que hay que acaparar y que, como tanto lo consumimos, nos estamos quedando sin él. No tenemos tiempo para nada, estamos atrapados, y un día se nos antoja cualquier cosa que pudiera estimularnos y lo alejamos de nuestro entorno, porque el tiempo se antepone y nos relega a eso, a la miseria de sentirse un tornillo mas de una maquinaria infernal donde nos han metido, y no nos damos cuenta.

Llegar a comprender que la prisa no es buena, saborear la lentitud de los vericuetos mentales es una labor que está pendiente, al menos para muchos, y que no debemos desaprovechar. Y tal vez ahora, en las modorras  y cabreos que nos produce tanto inconveniente social imperante entre pandemia, crisis económica, mentiras gubernamentales, y desastres de nuestro territorio querido de La Palma, sea un momento propiciatorio para plantearlo y poder rescatar el tiempo perdido, que no ha servido de nada sino, par eso, para perderlo, entre lamentos, traiciones y desaguisados.

Hasta nos vendría bien las elucubraciones de Stephen W. Hawking  reflejadas en su libro Historia del Tiempo en que llega a establecer ciertas preguntas:¿Viaja el tiempo hacia atrás?¿Por qué recordamos el pasado y no el futuro?.Pues ahí, en ese dilema, en recordar el futuro, o mejor en intuirlo, es donde deberíamos situarnos para salvaguardarnos de los atosigamientos que nos impone la vida acelerada y al que contribuimos de manera inconsciente, como autómatas de si mismos sin enterarnos  que en vez de ir hacia delante, caminamos hacia atrás como los cangrejos.