Por Juan Jesús Ayala.

Se ha dicho por aquellos que transitan entre libros y bibliotecas  que  era necesario la lectura de 3.000 libros durante la vida de  una persona para completar una formación adecuada  que acerque a la reflexión sobre cuestiones de su entorno, de la vida, y del mundo en general.

 Sin ese bagaje de libros  el individuo se encontrará sujeto a que le cuelen gato por liebre y si  a apartarse de la propaganda que acecha  evitando que se tuviera una opinión personal sobre las cosas, no manipulada y  actuará en determinadas cuestiones con convencimiento de lo que   cree es lo correcto , al menos desde su intimidad.

Y  es imprescindible hacer una lectura razonada,  reflexiva, si pudiera ser con lápiz para subrayar o acotar en los márgenes del libro aquellos párrafos que  nos dan luz  y que en su búsqueda, pasado el tiempo pudiéramos  dar con ellos. O  poner en practica lo que recomendaba el profesor Tierno Galván:” cuando se lee  hay que hacer  como las gallinas que cuando  una vez que picotean el grano   tienen que elevar su gaznate para deglutirlo”.

En un estudio  que se ha hecho sobre la cantidad de libros que poseen los universitarios  en sus  menguadas bibliotecas   apenas se  llega a 200, incluidos   aquellos que  conciernen a la carrera que están estudiando, que habrá que suponer  serán al menos la mitad, durante toda su vida universitaria .Lo que nos sitúa en la impresión que manda mas  los artilugios artificiales y todo lo que les rodea que dar salida a la razón  y al convencimiento intelectual.

Y este panorama  que es desolador, se podría sacar la lamentable conclusión que  nos indica que nuestros universitarios  obtendrán un titulo pero estarán suspensos en formación universitaria.

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Porque la formación universitaria no debe descansar exclusivamente en aquello que  rodea a su titularidad sino ir mas allá, remarcando la concepción de universitarios, de universal, donde  el día que se abandone  la universidad se salga  con un predicamento   no solo apto para defender una determinada profesión sino para tener  argumentos sobre  cuestiones  de la vida misma, que  para obtenerlos es fundamental, la reflexión, la observación y por supuesto, mas  allá de todo eso, la lectura.

El universitario no debe desarrollar su actividad académica en un  compartimento estanco, en dejar atrás asuntos que  directa e indirectamente inciden en su vida social como es la política, o como es la cultura y la influencia que sobre determinados asuntos  hacen  los libros escritos  en  un sentido o en otro.

El universitario debe implicarse en la sociedad   no solo ampliando sus estudios y reforzando  su actividad profesional  sino que tiene que ir mas allá con una proyección humanística que le ayude a sentirse valedor de sus propias decisiones y no dejarse conducir por cantos de sirena o  por “papagayismos” insulsos.

Nuestros universitarios leen poco, y tienen que hacerlo mas; no para alcanzar los 3000 libros  de referencia , pero si, al menos, que las lecturas complementarias, ajenas a su titulación le acompañen durante toda su vida para que  se conforme una personalidad  que se titule” universitario” para  que  cuando opine, que es su obligación, tenga la satisfacción de estar en el camino correcto.

Y, sobre todo,  alejar ese viceanalfabetismo galopante donde poseyendo dotación  profesional para  una determinada materia, se es un ignorante para otras que tienen que ver con su desarrollo vital e intelectual donde la única herramienta capaz  de romper esa costra de indigencia sociológica es la lectura.