Armando Hernández Quintero 

El Pinar de El Hierro, 05-07-2021

Antes de los años setenta del siglo XX el grupo de bailarines de El Pinar, al igual que los de los otros pueblos de la isla, estaba conformado, tal como lo había estado desde que se tiene memoria, solamente por hombres generalmente ataviados con el traje típico. Sin embargo, se debe anotar que Urtusúastegui, a finales del siglo XVIII, reseñó el hecho de que las mujeres herreñas, con arcos de flores en las manos, acompañaban a los hombres y danzaban con ellos en la bajada de la Virgen de los Reyes, aunque no describe la vestimenta que usaban. 

En el pueblo, sobre todo el día de La Cruz que desde siempre fue una fiesta  abierta y tolerante, las mujeres se colocaban detrás de una pareja masculina, generalmente familiares, o novios suyos, vestidas con ropa de calle y sin chácaras. Sus movimientos eran diferentes a los de los hombres, levantaban los brazos a la altura de los hombros, nunca más arriba, y los movían de manera lenta y cadenciosa hacia un lado y hacia el otro, al mismo tiempo que chascaban los dedos, y animaban el baile dando vivas y emitiendo los característicos ja, ja, ja… y jijies. De entre las muchas que bailaron en el recuerdo todavía perduran los nombres de Natividad, Lucrecia, Eulalia, Armanda, Esperanza, Servanda, Eduviges, Lucia, Erminda, Rita, Elba, Valentina, Sara, Eloina, Lucrecia “Quesa”, Dámasa “Masa”, Eudocia, Antonia, Martina, María “Quicta”, Juanita, Nina, Fila, Lucia “Cia”, Angélica, Tera…

Esa ancestral costumbre fue alterada cuando algunas mujeres decidieron bailar vestidas con el mismo traje y gorro que los hombres y utilizando las chácaras, al igual que lo hacían ellos. Esa decisión se vio favorecida por la enorme disminución del número de habitantes del pueblo a causa de la terrible emigración hacia Venezuela, en las décadas de los cincuenta y sesenta, y hacia el Sahara Occidental en los años setenta y primeros de los ochenta, lo que ocasionó que el pueblo perdiera aproximadamente la mitad de su población. La inmensa mayoría de los que emigraron fueron hombres jóvenes, varios de los cuales eran bailarines, lo que debilitó al cuerpo de baile y facilitó que las mujeres fueran aceptadas e incorporadas al mismo.

En El Pinar las pioneras fueron dos hermanas, que residían en Santa Cruz de Tenerife: Maricarmen Medina Gutiérrez y Rosario “Saruca” Medina Gutiérrez. A las hermanas Medina los trajes se los confeccionó su madre María Gutiérrez Quintero, y los gorros se los hizo la señora Casimira González Quintero pariente de ellas.      

Para poder participar hablaron con Domingo González Machín, uno de los bailarines y amigo de su familia, y con Matías Padrón Montero que se desempeñaba en aquel tiempo como uno de los guíos del grupo de bailarines. 

Ellas pensaban que iban a ser rechazadas por el hecho de ser mujeres, no residir en el pueblo y además ser muy jóvenes, pero con gran sorpresa y mucha satisfacción, tanto el señor Domingo como el señor Matías no solo las aceptaron, sin hacer objeciones y sin ponerles ninguna condición, sino que las animaron para que participaran, limitándose a darles algunos consejos e indicaciones sobre el lugar donde debían ubicarse dentro del grupo, la atención que debían prestar, y lo pendientes que debían estar a las indicaciones y movimientos de los guíos, así como y a los cambios de toque para no confundirse de baile, y sobre todo, no desentonar con el toque de las chácaras para evitar los chacoleos.

Poco después de Maricarmen y Rosario “Saruca”, y animadas por la aceptación que ellas habían tenido, bailó Argelia Padrón Padrón, que lo hizo primero formando pareja con su padre Bartolomé Padrón Padrón “Bartolo Daniel”, un bailarín veterano que se desempeñaba con Pedro Fernández González “Pedro Elvira” como guío de cola, y después con Ana Suarez Gutiérrez, y con María Reyes Gutiérrez Quintero quien bailó también en Sabinosa. A finales de los setenta Valentina Padrón Quintero bailaba en pareja con su hermano Esteban. Existe una bella fotografía de Valentina, hecha en 1977, el año de la Bajada, en medio de su hermano y de Benito Armas Hernández quien era guio de los bailarines piñeros. 

Esas mujeres fueron las primeras en hacer algo considerado rompedor en aquellos tiempos, pero que hoy es visto como absolutamente normal, lo que determina que muchas personas piensen que las cosas siempre han sido así.

Siguiendo su ejemplo en los años ochenta la incorporación de las mujeres se intensificó y fue muy numerosa. Nombraremos a algunas de ellas siendo conscientes de que corremos el riesgo de que otras se queden sin ser mencionadas: Maritere Abreu Gutiérrez, Agueda Reboso Padrón, Mari Carmen Machín Cabrera, María Jesús Fernández Méndez, África Fernández Méndez, Francisca “Paqui” Machín Hernández, Dolores “Loli” González González, Mariela Padrón Machín  y Anabel González Padrón. 

Al pasar los años las mujeres se fueron empoderando, visibilizándose y ampliando su influencia, y pasadas cinco décadas no solo bailan con igual destreza y elegancia que los hombres, sino que también se han destacado como buenas ejecutantes en el toque de los pitos y de los tambores.

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La importancia de la decisión de aquellas jóvenes, vista desde una perspectiva histórica, es inconmensurable. Sobre todo al observar como todavía hoy día en muchas comunidades españolas las mujeres siguen siendo relegadas y marginadas en nombre de unas costumbres y una supuesta tradición que se empeña en cosificar y hacer inmutables las festividades religiosas y las manifestaciones folclóricas, como si fuera posible ponerle puertas a la imaginación y al viento, aunque en realidad sus conductas no dejan de ser manifestaciones notoriamente machistas, más propias de sociedades patriarcales y/o feudales que las de unas sociedades democráticas en las que las mujeres deben tener, gozar y disfrutar de los mismos derechos que los hombres. 

En la lucha por la igualdad, las piñeras fueron acompañadas por otras de los demás pueblos de la isla. En Valverde se destacaron María Reyes Rodríguez, Ana Flora Quintero Lima, Pilar Quintero Padrón e Inmaculada “Macu” Quintero Padrón, las que sí bien al comienzo tuvieron problemas para incorporase al grupo de bailarines, después fueron aceptadas y unos años más tarde el Casino les hizo un reconocimiento. En San Andrés la primera que bailó fue la joven Carmen Dolores Acosta Morales “Marisela”, la que, según sus propias palabras, fue aceptada y no tuvo ningún inconveniente. En Barlovento la señora Matilde Álamo Armas fue la precursora y a pesar de los rechazos que sufrió nunca desistió en su empeño de bailar. En El Golfo, comenzando los ochenta, María del Mar Morales y varias mujeres del grupo Tejeguate bailaron vestidas de bailarinas junto con los hombres. 

Todas esas herreñas fueron ejemplo, y con su conducta rompedora y apocalíptica, empleando la terminología de Humberto Eco, desmoronaron  los tabúes y perjuicios de carácter falócrata que habían mantenido a las mujeres encorsetadas y relegadas a un segundo plano, y se adelantaron en el ejercicio de sus derechos, en más de medio siglo, a las mujeres de otros pueblos de España donde todavía siguen siendo excluidas.

En las comunidades de Euskadi, La Rioja, País Valenciano e incluso en Canarias, por solo poner algunos ejemplos, la participación de las mujeres sigue siendo entorpecida y obstruida. En 1996, las primeras mujeres que intentaron desfilar en el Alarde de Irún, fueron empujadas e insultadas, en 1997 hubo varios heridos, y hoy día desfilan separadas de los hombres y no son recibidas por las autoridades del Ayuntamiento. En Cervera del Rio, en la Rioja, el baile de San Gil en una oportunidad fue suspendido para evitar la participación de las mujeres, ya que solo a los hombres solteros les está permitido intervenir en el baile de La Gaita. En Alcoy la primera mujer que pudo participar como fitera lo hizo en 1998, en el desfile del ejército cristiano, y fue pitada por el pueblo que vio ese hecho como algo pernicioso e incalificable. Hoy día siguen existiendo filaes que rechazan la participación femenina, y en Canarias, en la cofradía La Esclavitud del Cristo, en La Laguna, se sigue rechazando la participación femenina. 

Actualmente son numerosas las mujeres que forman parte del grupo de bailarines del pueblo de El Pinar así como de los de otros pueblos de la isla, haciendo pareja con otras féminas o con  hombres, y contribuyendo de esa manera a darle belleza, elegancia, colorido y animación a las fiestas. 

Vaya esta nota como un pequeño reconocimiento a todas las mujeres que fueron pioneras, y las que, con su espíritu emprendedor, su presencia y ánimo hicieron posible que la lucha contra la discriminación de género, y en favor de la igualdad y de la justicia, ganara una pequeña pero muy significativa batalla en esta no muy grande pero si animosa isla.    

Esperamos que las bailarinas de hoy día no bajen la guardia, y que sigan siendo puntales en la defensa de los derechos adquiridos, ya que lamentablemente la resistencia a los cambios, por parte de los integrados e integradas, así como el peligro de involución no ha desaparecido, y la amenaza de un retroceso, que recorte los derechos de género conquistados, sigue estando presente.