Por Juan Jesús Ayala

Llega julio y una vez más, el compromiso con la isla, con sus vivencias, sus paisajes, su gente y todo aquello que forma el mundo de los recuerdos y la realidad de unos impactos que no acaban de sobrecogerte. La isla rompe sus brumas, se acerca, y trae, como siempre, un sin fin de acontecimientos que son inacabables y que ahora se reafirman, desperezándose con ansias de darle vitalidad. Y lo hace, en esta nueva etapa, desde el terreno, desde las páginas de La Gaceta del Meridiano y por la gentileza de su director Emilio Hernández.

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Volver al Hierro es un deseo que permanece latente y que se encarama desde el volcán apagado de Tembargena pasando por los pinos del Mercader, en El Pinar, hasta la torre colorada del Tesoro, mirando a Echedo y al Tamaduste, prolongándose hasta los Roques de Bonanza; o desde aquel muchacho que vemos, que es igual a su padre, su gesto al hablar y hasta su caminar lo delata; o los cuentos que por ser repetitivos tienen un marchamo de originalidad, pasando por los bailes que nos hicieron sentirnos mayores, que ya podíamos enamorarnos aunque fuera calladamente de la que nos mira y que llevamos en la memoria cuando el verano se acaba; o las tardes mortecinas de Valverde con sus soledades en las calles de un verano lleno de ausencias. Las lecturas en la biblioteca con el bueno de Ramón García que nos facilitaba el libro aquel que deseamos leer; el viento de San Juan y de Santiago que nos hace soñar con aspas de molinos, la lejanía de la Caleta o de la Restinga, donde el canto nocturno de las pardelas ponían en el influjo de la noche un no se que de misterio que siempre deseamos oír y que la noche fuera eterna.

Volver al Hierro es reconfortante, como si tuvieses una nueva visión de la isla que aun estado apegado a lo de siempre, el paisaje conserva aristas que son novedad escondida ,seguramente en un majano revelador, o en aquel amasijo de lava revuelta que nos presenta una cara, que no habíamos detectado o en la canción que oyes de aquel amigo que toca la guitarra y que ya habíamos oído, y hasta cantado hace años y que nos hace entornar los ojos y embelesarnos en la distancia del viejo tiempo.

Y dirán , ¿Por qué el Hierro?.Seguramente una vez que te despegas de épocas de la vida, de un nuevo acontecer, te acercas inconcientemente y con vitalidad a lo tuyo, a lo que ha conformado gran parte de la personalidad, que aunque no te pertenezca directamente, lo asumes, lo estrujas y hace que te sientas plenamente satisfecho. Además, la isla se estira en el pensamiento y se hace grande. La isla se repone de la ausencia y nos premia con su tranquilidad, con su cielo limpio y estrellado, con su mar ahora quieto, remansado y más tarde embravecido derramándose entre los picachos de los cantiles. Y con su gente que pelea, desde distintos frentes para que la isla transite por el sendero del bienestar.

El Hierro en julio y agosto, nos espera y tocar a su puerta montada en el imaginario, en las realidades de ahora y de otro tiempo nos abre un espacio que nos reconforta y estimula.

juanjesusayala