Por Armando Hernández Quintero

Es conocido que para los que vivimos en un lugar nos cuesta percibir los cambios que se van dando en nuestro hábitat, bien sea urbano o rural, así como en el modo de vida y en las costumbres. De tal manera, que tengamos la impresión de que nuestro entorno sigue igual y permanece inmutable a través del tiempo, o en el mejor de los casos de que los cambios operados han sido tan pocos y tan pequeños que nos producen la impresión de que todo sigue igual. Sin embargo, lo que ha sucedido es que hemos asimilado las innovaciones y las hemos incorporado a nuestra forma de vida. y a la manera como percibimos nuestro entorno, con lo que hemos conseguido que ellas hayan pasado a ser parte de nuestra existencia y por eso mismo las veamos con naturalidad.

Un punto de vista que contrasta con lo dicho se observa en las personas que han permanecido muchos años alejados del pueblo o los que llegan a él por primera vez. Los que han permanecido fuera mucho tiempo, al regresar tienen en su mente una geografía, un paisaje y una gramática de la conducta de las personas que contrastan inmediatamente con lo que sus sentidos están percibiendo. De ahí que a ellos les sea muy fácil señalar los cambios y ver cosas que los habitantes del lugar, por el hecho de vivirlos y contemplarlas todos los días, o por lo menos con mucha frecuencia, no los perciben, y por eso no le den la importancia que tienen, ni las vean como algo diferente.

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Lo expresado anteriormente viene al caso porque hace unos días estuvo de visita por el pueblo un paisano y amigo que ha vivido desde hace muchos años fuera de la isla, y se quedó sorprendido y admirado al contemplar los murales que pintores residentes en el pueblo han plasmado en algunas plazas y casas, y los que, en los últimos tres años, han pintado los artistas canarios del Circuito Cultural Lava Circular,

El primero de los murales que le llamó la atención es el dedicado al ilustre hijo de estas tierras José Padrón Machín que está en El Chamorro cuyo autor es el muralista Txemy.

Por cierto, ese fue el primer mural que pinto en el pueblo el movimiento Lava Circular, Los que tratamos a José Padrón Machín lo reconocemos inmediatamente, a pesar de que hicieron invisible a la melena que le caía hasta los hombros y que lo caracterizó. En mi humilde apreciación una lástima, si se tiene en cuenta que la larga cabellera formaba parte de su personalidad, ya que era el único hombre en la isla que se la dejaba crecer, y la que hacía que su imagen fuera inconfundible.

Después nos dirigimos al Gurugú para desde ese mirador contemplar el pueblo y a la vez poder observar el mural que pintó allí Matías Sosa, conocido en el ambiente pictórico y artístico como Sabotaje al Montaje, destacado grafitero y muralista de Lanzarote. La obra consiste en un paisaje marino, en el que se recrea una buena parte del mar de Las Calmas con su inconfundible faro, y a un pequeño barco de pesca, con un tripulante, que navega cargado de desechos y basura. El espectador puede interpretar que el marinero preocupado por la contaminación del medio ambiente, en este caso del mar, la ha recogido y lleva a tierra, aunque también podría entenderse como una denuncia no solo a la desmesurada contaminación, sino también a la despiadada sobre explotación que las grandes empresas pesqueras practican en los océanos, cuyo resultado final sería el agotamiento y la desaparición de la fauna marina. De tal manera, que lo único que los pescadores podrían capturar, que no pescar, en un futuro serían los desechos que los hombres han votado en el mar.

El recorrido prosiguió por la calle de San Antón hasta la placita La Libertad, donde hay un monumento, hecho en 1982, dedicado a los herreños que murieron durante la guerra civil defendiendo la libertad y la democracia. Dicho monumento fue el primero que se erigió en España en honor de los que fallecieron luchando por la república, Pues bien, como complemento y homenaje a esos hombres heroicos, la mayoría de los cuales fueron pastores, los reconocidos artistas Rafael Monzón Benítez y Antonio Cruz Alonso “Tono” del colectivo CNFSN de la isla de Gran Canaria, pintaron a un lobito herreño. Los perros de esa raza fueron traídos a la isla por los bimbapes, sus primeros pobladores, y han sido, durante más de dos mil años, los más fieles acompañantes y los más extraordinarios y eficaces defensores y ayudantes de los pastores de la isla.

El mural es cruzado verticalmente por tres líneas oblicuas de colores verde, amarillo y morado, que simbolizan al pueblo de El Pinar, a las Islas Canarias y a la República respectivamente.

Seguimos la ruta pictórica para contemplar los otros tres murales que existen en el pueblo, cada uno de ellos producto de diferentes sensibilidades y motivaciones, y que responden, así mismo, a distintos propósitos e intencionalidades. Uno está en Taibique en la casa de Juan Rosa, cuya autora es la artista Joke Volta, una holandesa residenciada en El Pinar. Con esa intervención en el escenario urbano, la artista embellece el lugar y llena de nuevos significantes la pared y la entrada del pueblo por la parte sur. Otro mural está pintado en la pequeña plaza que hay al lado de la parada de las guaguas que se encuentra en la Curva de Las Casas, y fue coordinado por la artista plástica Jessica Gasper y la psicóloga Rosel Bodi. Su realización estuvo a cargo de padres emigrantes y sus hijos que contaron con el apoyo de los Servicios Sociales del Ayuntamiento a través del programa de integración e intervención familiar y comunitaria. El mural simboliza la relación histórica de fraternidad y amistad que ha existido y existe entre los pueblos de Venezuela, España y la isla de El Hierro. La última obra pictórica del recorrido, se encuentra en El Gusano en la plaza de San Estaban. Ese mural fue diseñado y trazado, en el mes de julio de 2017 por el artista J. Vicente Rodríguez, y pintado por los jóvenes del lugar que colaboraron con el recibimiento y representación que se hizo, en esa plaza, en homenaje y deferencia a la Virgen de los Reyes. En ese año de 2017, la representación denotó el respeto y devoción de los pescadores y el pueblo de La Restinga hacia la patrona insular.

Por cierto el amigo al que acompañaba me hizo notar la falta de mantenimiento del mural del Gusano, lo que es, además de cierto, una verdadera lástima si se tiene en cuenta que sería muy fácil de hacer y con un costo pequeño.

El mural está encabezado por el nombre de Santa Rosalía, sobre unas puertas entreabiertas que representan al almacén o “Factoría” que construyó la compañía pesquera en La Restinga, y que también lo era de una de las falúas que llegaba con el hielo y se llevaba el pescado hacia la isla de la Gomera.

La ruta muralística finalizó donde la comenzamos, en la plaza del Mentidero, que ha sido transformada en una original sala de exposiciones y biblioteca al aire libre, gracias al empeño del colectivo conformado por Alexis W. Pérez, Juan Matías Padrón y Esther Terradas, que contaron con el apoyo incondicional de la alcaldía de El Pinar, especialmente con el de la concejal a cargo de turismo que hizo suya la idea de la ruta de los murales.

Las obras y objetos expuestos: pinturas, fotografías, grabados y textos literarios, se renuevan cada cierto tiempo, aproximadamente cada dos meses. Hasta ahora las exposiciones han tenido que ver con hechos relevantes relacionados con el pueblo y su historia.

En cuanto a la biblioteca su principal característica es que es rotativa y los lectores pueden sacar de los anaqueles el libro que les agrade y llevárselo para su casa con el compromiso moral de devolverlo, una vez que lo haya leído, para que otra persona pueda leerlo. También quien lo desee puede dejar los libros que tenga y que no necesite, para que otros lectores se los lleven y a su vez tengan la oportunidad de disfrutar de su lectura.

Concluida la ruta, y sentados, disfrutando de un café, en una mesa de la plaza, nuestro amigo no cesaba las alabanzas, ya que no se había imaginado, a pesar de que algo le habían dicho, que el pueblo contara con un patrimonio artístico de esa naturaleza, y nos reclamaba, a los piñeros en general, y no sin razón, el hecho de que nosotros tampoco lo hubiéramos dado a conocer fuera de nuestro pequeño círculo de amistades. Algo que, sin duda, tiene que ver con lo que planteamos al comienzo de esta nota, que a las cosas que vemos todos los días, por mucho valor que tengan, les terminamos quitando valor e importancia, las convertimos en algo normal por lo cotidiano, e incluso muchas veces, lamentablemente, terminamos banalizándolas.