Por Juan Jesús Ayala.

En estos momentos en que tanto se habla y discute sobre los poderes del Estado y su equilibrio para lograr que la democracia se apuntale y desarrolle tal y como defendió Montesquieu en su obra cumbre “El espíritu de las leyes” es necesario hacer algunas consideraciones sociológicas y políticas.

Montesquieu  fue una de las figuras mas destacadas de la Ilustración siendo  su principal aportación la propuesta de la separación de poderes, y es tal su importancia que todos los sistemas democráticos han adoptado este modelo constituyendo la esencia de la democracia. Además, de ser determinante en la evolución del liberalismo moderno que junto con Locke es uno de sus fundadores. Hace una dura crítica al despotismo de la época y que las leyes han de depender de la naturaleza de un pueblo y de sus habitantes y va mas allá de la separación de poderes para desarrollar toda una teoría de gobierno que bien pudiera remarcase en una republica o en una monarquía, apostando siempre por el modelo republicano.

Sin embargo, toda esta teoría de Montesquieu que se invoca un día si y otro también está flojeando desde el mismo cogollo, no solo del gobierno de turno, el de coalición PSOE y el resto, sino de las otras instituciones, la judicial y legislativa  donde el  lío que se ha armado entre unos y otros es de un órdago que raya  en lo que se conoce como “vergüenza ajena”.

Nadie quiere dar su brazo a torcer y en este momento  se puede reafirmar aun con mas énfasis que el que entonces pronunció  Alfonso Guerra, “Montesquieu ha muerto” cuando el rodillo del gobierno socialista pasó por encima del legislativo y dictaba normas y comportamientos políticos a la alta magistratura de jueces y fiscales.

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Sin embargo, es una puridad ética, política y de buen hacer de gobierno que esto sea como se había plasmado en las leyes y el equilibrio de poderes ya que  vemos como el desaguisado no cesa; lo que nos hace recordar un libro importante, “Dialogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu” que escribió en 1864, Maurice Joly, filosofo francés   condenado a prisión por el  gobierno déspota  de Napoleón III. 

En él príncipe italiano convence al barón de Montesquieu a través del dialogo   que con “El espíritu de e las leyes” él puede seguir ejerciendo su tiranía y a través de sus artimañas y enjuagues políticos  ejercería un poder omnímodo y  encima que fuera aplaudido por la “soberanía popular”.

Maquiavelo iniste a Montesquieu como desde ese equilibrio de poderes que propone, el legislativo, ejecutivo y judicial, desde su despotismo podría convertirse  en el   mejor demócrata del mundo.

Se trata no de violentar a los hombres como desarmarlos, de combatir sus pasiones políticas que de borrarlas, menos de combatir sus instintos que de  burlarlos, no solamente de proscribir sus ideas sino de trastocarlas, apoderándose de ellas. Insistía Maquiavelo “El secreto principal de los gobiernos consiste en denigrar el espíritu publico hasta el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y creyéndose sus palabras envueltas en la mentira y en la demagogia.

Así que nos encontramos actualmente en una encrucijada sociológica de derrumbe de las ideas y de desarme político de la gente, así como de ir acotando el poder judicial arrumbándolo lejos de la pureza de la leyes y  acercándolo a las pretensiones del ejecutivo, del gobierno que dispone de las mayorías para trazar caminos  que no construyen, aunque se afanan, eso si, en predicar desde el rocambolismo, como dice Maquiavelo, “que no se destruye nada, tan solo modifico e innovo”.