Por Juan Jesús Ayala.

No todos los niños podían acceder  a esas dos clases de zapatos, pero para los que si podían existían los de diario los que llevábamos al zapatero con frecuencia para que nos pusiera una nueva suela o una tapa bien por que las habíamos idos gastando, y que al final eran los cómodos, con los que jugábamos, corríamos, subíamos  paredes  y brincábamos portillos y como bien se dice el mejor monumento para el bienestar de uno debería erigirse al zapato viejo (tengo idea que en algún sitio del mundo existe este monumento).Y luego estaban los que nos poníamos generalmente cada siete días a excepción de alguna fiesta, los cuales nunca se hacían al pie, nos quedaban estrechos, nos hacían bolsas de agua en los talones y cuando lloviznaba y se mojaban las calles de Valverde teníamos que tener sumo cuidado porque si no el “partigaso”  estaba cantado, sobre todo, cuando ya habían tocado a “dejar” en la misa de los domingos y se nos había hecho tarde teniendo  que correr calle abajo. 

Tanto unos como otros eran de la casa “Dorta” y los vendían los comerciantes de Valverde, don Pedro Morales, y don Pedro Padrón principalmente; y no veíamos que terminara ese día que lo finalizábamos con los pies hinchados y con un alivio gratificante..

Y ya para los veranos, si se iba de veraneo al Tamaduste, La  Caleta y Echedo al menos los niños de la parte norte de la isla, el confort en los pies era de agradecer porque entonces aparecían las lonas, las alpargatas, unas de esparto y otras de goma, las que para facilitarlas  estaban las ventas mayormente de doña Antonia, de don Mateo Padrón y de Felipe Benítez. Esto ya era una gozada donde el pie estaba  a sus anchas y no sometido a apreturas de ninguna clase.

Ferreteria El Cabo Pie

En Valverde durante la época de nuestra niñez y juventud habían zapateros por todos los rincones de la Villa. Arriba, en Tesine por el camino que conduce a las cuevas de Lemus se encontraba don Pancho Navarro; en el Puente, centro neurálgico de Valverde, don Nicolás Barrera y Jerónimo, y al final de la calle donde comienza la “Punta de la Carretera”, don Juan León; cerca del cine Álamo, en la calle que conduce a la Iglesia se encontraba la Zapatería de don Gonzalo y camino de la Esquina Romera, don Emerito, y ya en el barrio de el Cabo, don Arcadio, que hacían unas botas para ir a las tareas del campo irrompibles.

Todos hicieron verdaderos malabares para remendarnos los zapatos de diario y alargarnos a veces en la horma todo el tiempo que fuera necesario los de los domingos porque al menos nos hicieron pasar siquiera horas felices y  de ellos nos acordamos con cariño. Pero le teníamos un cierto respeto a don Gonzalo porque al estar su zapatería debajo de la plaza del Cabildo donde jugábamos a  muchos juegos de niños, pero sobre todo, a la pelota, cuando esta se nos caía   a una huerta que tenia debajo de la plaza, por la puerta de su zapatería veía alguno de nosotros que se colaba y o descolgaba por la pared para recoger la pelota, él se adelantaba y algunas veces se quedaba con ella y cuando se enfadaba mucho con la cuchilla de cortar suela  la picaba, haciéndola inservible. Pero eran gases del oficio de los futbolistas frustrados  de aquella época.

Son recuerdos de personajes que fueron de nuestra cotidianidad y que la mayoría de las veces nos aliviaron del tormento de un zapato nuevo o de un agujero en la planta del zapato viejo.