Por Juan Jesús Ayala.
Rafael Sánchez Ferlosio, forma parte de la generación del 50, Premio Cervantes y Premio Nacional de las Letras Españolas, en 1986 escribe un libro de ensayos, “Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado”.Y así ha sido a lo largo de la historia en cuyos capítulos, los dioses o los que así se creen caen no por sí solos del pedestal donde están implantados, sino que dentro de su ámbito de poder se producen determinadas convulsiones e intrigas políticas que hacen se tambaleen camino del vacío más absoluto.
Lo que le aconteció, por ejemplo, a Julio Cesar, uno de los políticos y militares más importantes de la antigua Roma, aunque no llegó a Emperador, puso las bases del poder absoluto del que dispondrían estos, al que le habían pronosticado que en los idus de marzo algo grave le iba a ocurrir.
A las puertas en el Teatro de Pompeyo donde temporalmente se reunía el Senado, tras una conspiración que se había urdido para asestarle 23 puñaladas de muerte, al caer malherido tuvo la fuerza en sus últimos pálpitos ver entre las brumas de la vida que se le escapaba que también su hijo Brutus era portador de la última cuchillada.
Lo que viene a decir que la implosión en las familias políticas propicia una ristra de contratiempos amparados por contradicciones escandalizantes mucho más que la espera de un cataclismo ajeno a su propia naturaleza o la de un distinto país.
Y cuando en el tiempo reciente, sin ir más allá de la vieja historia un movimiento político que podía entusiasmar y propiciar cambios donde el tic-tac estuviera sonando como si marcara la hora que anunciaba que “asaltar el cielo no se toma por consenso, sino por asalto” qué dicho en momentos por Pablo Iglesias contiene el concepto, el de asalto a los cielos, con el que Marx describió las aspiraciones de la Comuna mediante la insurrección que tomó el poder en París en 1871.
Los machos alfa que dirijan todas sus ínfulas al cambio y definir mediante la aprobación la Ley la violencia de género donde se establecen medidas de protección integral cuya finalidad es prevenir, sancionar y erradicar esta violencia y prestar asistencia a sus hijos menores y a los menores sujetos a su tutela o guarda y custodia, víctimas de esta violencia y apostar por gobiernos feministas y empoderar a la mujer surgieron las contradicciones que motivaron se desplomaran ante la arrogancia del poder y la dislocación esquizoide entre la esencia íntima y el personaje que tenía que actuar en este gran teatro del mundo.
O sea que las teorías sobre feminismo de Amelia Valcárcel, Celia Amorós y los planteamientos de Ernesto Laclau en “La razón populista” como deconstrucción del marxismo seguirá en la lista de espera ante personajes disociados, donde su discurso nada tiene que ver con las actitudes del día a día.
Difícil para el tiempo político, más aún cuando se intenta el maridaje entre la ética y la política que hace que al detentar un poder casi omnímodo, este se derrota por sí solo sin que nadie blandiera los espadones fraguados en la herrería de Vulcano.
Cuando se huye, no se hace caso a los presagios de la historia y se imbuye en una moral altísima, más bien de libro que personal y no se le da categoría de enseñanza ni se tiene curiosidad por releerla, analizar los capítulos que quedan pendientes en las luchas de cada uno en su rincón como diciendo, si no fue ahora, si todo se va quedando en un acto fallido difícil de rellenar al menos quedará la ilusión que otra vez será. Pero el tic- tac del tiempo se agota, no se recarga.
En definitiva, que haciendo caso a Sánchez Ferlosio hasta que los ídolos no cambien, nada cambiará, todo seguirá igual por muchos disfraces políticos que se exhiban.