Por Juan Jesús Ayala.
En la calle, por poner unos ejemplos, como la escuela peripatética aristotélica, la Revolución francesa, la Rusa y subrayados por los discursos de Joli en su libro, “Diálogo de Montesquieu y Maquiavelo en el infierno” hasta bien entrado el siglo XIX no había más altavoz que la garganta del maestro, del líder y el estruendo de la multitud.
Y ahora ya pasado el inicio del siglo XXI se vuelve a la calle para que esta sea correa de transmisión sobre exigencias que impliquen a los poderes públicos, puesto que da la sensación padecen de cierta atonía, apenas se mueven, para que la sanidad no sea nociva en listas de espera interminables, que la vivienda deje de ser inaccesible, el turismo no se desmadre, que el problema de la migración sea tratado por los estados y por la UE como se merece y que los responsables dejen de tanto mirar para otro lado con insistencia, que ya padecerán tortícolis cronificada; por eso la calle siempre está dispuesta a emitir su desafecto o corresponsabilidad, donde la mentira alza su vuelo como ave de mal agüero y la sociedad occidental pregonera de los valores más éticos y exquisitos se encuentra presa de la más clamorosa de las contracciones: expoliaron a los que llegan y se quejan de que lleguen.
En las calles se gestaron revoluciones, contubernios y traiciones; en las calles se gritan verdades como puños y ejercieron como verdaderas tribunas públicas donde se emitían argumentos que comprometían el bienestar de los pueblos y que desde esas tribunas desprotegidas de eufemismos y con un lenguaje certero y directo, las palabras y los mensajes tenían sentido y si se llegaba al aplauso era por convicción alejada de adulonerías y de genuflexiones falsarias y peloteras.
La calle como tribuna pública da la sensación, quiere volver, pero debe ir directamente a la gente donde circula la preocupación y donde se vive el día a día.
Cuando la calle palpita, pose vivacidad y se convierte en una tribuna no de arrebato electoral ni para darle al líder el pábulo de grandilocuencia y donde se derraman palabras que lo mismo se dicen en la tribuna de un Congreso o Senado, ya que la actualidad es testigo fiel, una perorata el gobierno y la contraria la oposición, el “tú más” continua impertérrito como el mejor discurso ramplón exento de intelectualidad y de enjundia donde la retórica endeble se trasmite como un virus que les aniquila el pensamiento y la idea adecuada.
La calle debe ser viva, que deje atrás viejas modorras y discursos monorrítmicos, además, la calle por tradición, por implicación histórica propició el cambio de sociedad y hasta trajo la democracia; en las calles habrá que perfeccionar el discurso, para no continuar en el tajo de la inutilidad.
La calle como tribuna pública, alejada, pero apoyada por las universidades, por la inteligencia, ateneos y academias para que su discurso se nutra de enjundia y contribuya a ser ensamblaje con la ideología que dejándose de muros indestructibles vaya al grano de las cuestiones vitales donde el discurso político si comienza ahí termine en las mesas de decisión donde la sociedad civil organizada también se sentiría representada.
Y en momentos, como los de ahora de dificultades, de incertidumbre, tener el máximo apoyo es lo deseable; y los gobiernos del mundo que dicen que gobiernan para el mundo y este generalmente discurre por las calles, hacer de estas una tribuna pública, no estaría tan desacertado.