Por Juan Jesús Ayala.
En el tiempo que las comunicaciones de la isla de El Hierro con La Gomera, La Palma y Tenerife eran lunes y viernes, mediante los “vapores” de la Trasmediterránea y situados como mirador en el mar lejano desde la Villa de Valverde o en los cantiles de El Tamaduste, al menos para los que desde ahí lo divisábamos desde el muro de la "punta de la carretera" o de la balaustrada del bar Jinama o desde las ventanas del viejo Cabildo era todo una satisfacción, dado que en esos barcos venía la correspondencia, el amigo o el familiar que se esperaba; lo cual siempre se traducía como una expresión del buen encuentro.
Los barcos que aparecían por la bocana del puerto de La Estaca generalmente eran La Palma, el León y Castillo, el Viera y Clavijo y muy ocasionalmente el Gomera.
Los viernes por la tarde, entre las 3 y las 4 se divisaba al que había salido desde el muelle Rivera de Santa Cruz a las 12 de la noche, que llegaba al puerto de San Sebastian de La Gomera, sobre las 7 de la mañana donde permanecía hasta las 11, lo que daba tiempo ir al bar Breñusca a tomar un café con leche, al menos los que tenían el estómago tranquilo; emprendiendo la ruta de La Estaca fondeando alrededor de las 5 de la tarde; y los lunes desde el mismo puerto de Santa Cruz enfilaba rumbo a Santa Cruz de La Palma donde llegaba temprano y a las 11 recogía anclas hacia el Puerto de la Estaca donde arribaba sobre las 5 de la tarde.
Por lo general cada barco tenía asignado un mismo capitán, por ejemplo el más señalado, don Eliseo López Orduña, tras estar una corta temporada en el León y Castillo se quedó definitivamente al mando del Viera y Clavijo el cual le tenía un cierto respeto al mar, ya que alguna que otra vez al no haber muelle para realizar el atraque fondeaba lejos del pequeño malecón desde el cual los pasajeros se trasladaban en barcas de los pescadores del Puerto.
Era todo una odisea y más aún si el mar estaba picado y no digamos cuando se imposibilitaba la operatividad de las lanchas para que la escalinata no tuviera mucho bamboleo para poder recoger a los viajeros, que si se encontraba encabritado había que hacerlo, por la escalera de gatos donde se tenía que ir acompañado por un marinero que ayudaba a que el mal trago no fuera tan malo sobre todo para las personas mayores.
Y lo peor que pudiera ocurrir, así pasó varias veces, que al barco se le hiciera imposible fondear por los vientos de agosto y diciembre, obligando a que don Eliseo tocara la bocina y pusiera rumbo a La Gomera sin poder dejar carga alguna y menos pasajeros.
Cuando fondeaba y teníamos que coger el barco se llegaba al Puerto de la Estaca sobre las 11 de la noche y era siempre gratificante desde las primeras curvas que lo vislumbrábamos, ya que allí estaba con sus luces de colores destacando de las pequeñas barcas que estaban en los rescoldos del puerto.
Si “embarcabas” venía a ser como dirigirse hacia lo nuevo, lo inesperado porque para el herreño en esos tiempos, Tenerife, estaba muy distante, aunque el Teide desde la lejanía siempre nos acompañó.
Los barcos, los lunes y los viernes con su llegada, eran días de fiesta, de encuentros, de paseos, de ruidos, de coches, de guaguas y de los camiones que traían carga.
El barco fue un símbolo de la ausencia, el cual hacía posible que la necesidad de una espera se rompiera cuando desde el momento que se decía: Ya se ve el barco.